28 sept 2013

El beso


Esos tus labios rojos, esos que parecen mentira
Los de carmín peligro, los de rosal penetrante
No vaya hacer un día de butronero
Y me robe uno que sea a verdad

Esos tus buz escabrosos, no misericordiosos
Creo suponer suaves como dorsal dormido
Que rozan mis sueños de plumas y almohadas
Y logre salir del suelo y meterme a tu cama




*
butronero.
1. m. Ladrón que roba abriendo butrones en suelos, techos o paredes.
buz.
(Del ár. hisp. búss, imper. de báss, y este del ár. clás. bāsa).
1. m. labio (‖ reborde exterior de la boca).
2. m. p. us. Beso de reconocimiento y reverencia.



26 jun 2013

Mi departamento (parte IV)

Aún llevo el peinado de ayer, bueno al menos en estructura, se forman mechones gruesos, a manera de tanas, la parte izquierda con un incipiente cacho y sin descontar el remolino que llevo atrás, me ha gustado, si, me ha gustado el peinado de ayer, aunque en realidad siempre es el mismo o al menos eso quiero conseguir, pero no siempre es el mismo en sí; hay algunos factores: como la grasa del cabello, mientras más grasoso menos esponjoso y más difícil posicionarlo, el crecimiento también influye, el tamaño de ayer no es el mismo al de hoy a menos que contengas una incipiente calvicie, que de momento, todavía no. Pero sobre todo es la actitud con la que despiertas, la cual la demuestras en tu peinado, esa forma estética que te lleva a bien o te asienta más feo.
Quedarme detenido en el espejo, con el reflejo de un rostro trasnochado, mal dormido y un tanto alcoholizado; no más.
Odio no tener un rehidratante a lado, es más que tedioso esforzarte a bajar las escaleras, caminar con el sol del mediodía y pedirle al que despecha lo más frío que tenga; pero peor es no atreverte a salir como estas, en piyama, con pinta de recién levantado y con la apariencia de que ayer estuvo buena, por eso trato de echarme un poco de agua, mejorar en algo el peinado de ayer, ponerme un buzo que aparente distinto a los ojos de los demás y ponerme las zapatillas sin medias, porque al rato vuelvo y no merece ensuciar unas limpias; pero lo que sí es execrable es llegar a la tiendita de siempre y encontrarte con que no hay ninguna bebida fría porque el congelador anda desenchufado, ¡Maldita sea!
Ver el reloj de la cocina, de contorno rojo oscuro y amarillo por dentro, mi primo se lo trajo a mi abuela en uno de sus intercambios estudiantiles de Alemania o al menos yo me quede con esa idea; haciendo hora, esperando a que el rehidratante enfrié y sea bebible, no van ni cinco minutos y ya quiero desenroscar y hacerme de aguas corazón.
De momentos me viene la palpitación punzante en el cerebro, la que me indica el malestar pos borrachera, ha quedado unas gotitas azules en la botella de plástico un tanto maltrecha por la fuerza de mi mano al empujarme todo el líquido que podía extraer para mis adentros y no me ha calmado.
Me tiendo en el sillón con el cuerpo más desparramado de lo que yo creía estar, dije no más mezclas, pero el ron, pisco y cervezas confabularon cada uno en su turno y ahora me veo medio trizas, medio impar, medio enfermo. Prendo el televisor, me quedo echándole ojo a una repetición del Abierto de Australia, no puedo con las repeticiones en los deportes, es distinto ver una competencia en vivo, en el mismo momento que se realiza a ver una repetida por más que no sepas el resultado, es distinto en las películas, tienen esa magia de verlas una y otra vez, no con todas, pero las hay, sin embargo, ando tan moribundo que no objeto la repetición del tenis y ahí estoy, viendo la pelota verde pasar, pasar y pasar.
¿Quién carajo toca el intercomunicador? Suena con insistencia, como pidiendo ayuda, preferiría no levantarme, hacerme de los oídos sordos, no estoy para atender a nadie, pero lo tengo tan cerca y el timbre suena tan seguro, no parece ser uno de esos vendedores de mil herramientas para el hogar que nunca compro, por más que tal vez necesite alguna.
-          ¡Mario! Al fin contestas hombre, estoy que te llamo al celular y dale con que deje su mensaje –me dice Lucho.
-          Lucho, que manera de joder la tuya, ¿ahora qué quieres?
-          ¿Cómo que quiero? Un cebichito para cortarla, abre la puerta, que de seguro te demoras como una reina para alistarte.
Era por gusto demorar más la situación o denegarme a su petición, Lucho era así, insistente a más no poder, cuando se le metía algo a la cabeza tenía que conseguirlo, aunque le cueste tiempo y dedicación, muy contrario a mí, apreté el botón para que la puerta de abajo se abra y en cuestión de segundos Lucho ya estaba en mi tercer piso.
-          No puedes vivir más abajo, estas graditas me matan, ¿tienes agua? Invítame un poco.
Lucho no esperó mi respuesta, fue a la cocina, agarró un vaso, se sirvió el agua de una botella y me reclamó que no tuviera nada para comer y de la misma manera salió con un pan con queso en la boca.
-          ¿Carajo sigues ahí? Corre báñate de una vez por el amor de Dios – me increpó.
Con la pesadumbre de mi cuerpo acallado me levanté en dirección al baño, abrí la puerta, me desnudé y cayó el agua fría en mi cabeza, es estabilizadora en momentos como éste. Pero hay otros días, sobre todo en las madrugadas de las seis, cuando el ambiente recién empieza a tomar otro panorama y se va tibiamente calentando, que esperas a que caiga el agua más caliente, la que choca a tu cuerpo y sale el vapor que empaña el espejo.
Fue en ese preciso momento, cuando el agua había acaparado la totalidad de la piel, que me vinieron las palabras de Lucho, mi celular estaba apagado, intuí que la batería se había terminado, estos aparatos mientras más tecnológicos solo duran horas. Y sí, como chispazo neuronal, me vino Cecilia, su llamada de ayer, mi indiferencia revanchista y su urgencia de verme en ese momento. ¿Habrá vuelto a llamar? ¿Habrá dejado algún mensaje?, es cierto, no la escuchaba bien, no era una excusa con aroma a mentira, pero si pude extraer que teníamos una cita en el Zodiaco y de suma urgencia.
-          Apura – Lucho golpea la puerta con insistencia.
Tengo la costumbre de demorarme en la ducha por más que el tiempo insista en que estoy tarde, salí con mi toalla amarilla amarrada a la cintura, me dirigí a mi habitación y en cuestión de minutos estaba moribundamente listo.
El trayecto fue una mierda, no lo podría describir mejor, por dos motivos, al sentarme en el vehículo bombo parlante de Lucho, sí, esa maldita costumbre de demostrarle al mundo que a él le gusta la música, la bulla, el escándalo. No paraba de retumbar mi cerebro con la combinación del movimiento: el freno, el volver a avanzar, el parar, el doblar a la izquierda; mi estomago había enrumbado en un posible vomito, hice el gesto de arquear mi ser, ya casi se me salía el lamento de ayer y lo único que recibí de mi amigo fueron dos afirmativas palabras: ¡este huevón!
El segundo motivo, me dolía más, aunque mi malestar no era un dolor en sí, es una especie de querer desaparecer del mundo hasta sentirte bien pero sabes que al rato o muy al rato va a pasar. Sigamos, me dolía no haber cargado mi celular, con la premura e insistencia de Lucho por salir al reparador pescado bañado en limón con sus tres, tres cervezas bien heladas. Más que un dolor era un lamento curioso, quería saber si Cecilia había vuelto a llamar o me había dejado un mensaje, eso, un mensaje, quería escuchar su vos, su reproche por no haber asistido, tal vez se le salió un insulto o me definió como un simple idiota que no sabía a quién me perdía con ese desplante.

Llegamos a la cebichería “El pirata cojo”, andaba abarrotada de personas, el mozo con unas señas nos indico una mesita al fondo, muy al fondo, la menos posicionada del local, la más vieja también, la reprochada por todos y justa para nosotros. El mareo ya había bajado, aún sentía revolcar mi estomago pero en menor grado, en cuestión de minutos me fui normalizando, llegaron las cervezas, el cebiche de pescado y ya nos veíamos pidiendo canchita otra vez.
Lucho me hizo unas señas con la mirada, en la mesa de al frente habían tres chicas, mira que buena esta la morena, matadora. A las justas posé la mirada en ella cuando divise dos mesas más atrás a Cecilia, ¿es ella?, me la quede viendo durante varios segundos, andaba de perfil, su rostro de color blanco crepe que le daba esa tonalidad perfecta, no tenía una nariz respingada pero era el punto exacto para su rostro, su cabello castaño claro,  los ojos no se llegaban a notar bien pero sus labios, sus labios me dejaron dudas, eran delgaditos, adentrados a la boca.
-          ¿Qué miras? ¿no me digas que te gustan ahora las maduritas? – resonó Lucho.
-          Creo que es de la chica que te conté.
-          ¿Cómo que crees? ¿es o no es?
-          Tengo mis dudas, solo la he visto una vez en mi vida.
-          ¿Cómo que una vez? ¡No jodas hombre! –prosiguió Lucho- me estás diciendo que andas interesada en una cuarentona que solo la has visto una vez en tu vida, no está mal, pero ni siquiera sabes que se trae.
Recuerdo sus labios, mejor dicho su sonrisa, esa que me regaló apenas abrí la puerta del departamento en alquiler, claro que no podía ser ella, no se ajustaban sus labios a tan hermosa mueca que me hizo, no eran demasiados carnosos pero eran más gruesos y rosados, no blanquecinos y delgados como esta Cecilia que intento ver.
Igual me la quede viendo todo el rato, no deje de posar mi mirada a esa mesa, tanto, que una de la chicas de la mesa de al frente se puso nerviosa, pensaba que le dirigía la mirada a ella pero esta vez andaba equivocada.
-          ¿Por qué no te paras y vas a saludarla? – arremetió Lucho.
-          Estás loco, ni siquiera sé si es ella, ¿para qué voy a ir?, además mira, parece que esta con su esposo.
-          Excusas, ni aunque sea Gaby la que estuviera en esa mesa te pararías.
-          Con Gaby es distinto.
Lucho estaba en lo cierto, tenía una deficiencia, no sabía encarar, me era dificultoso mostrarme ante una persona, tal vez por ahí se va el amor de mi vida y yo solo asiente en decirle chau; era una especie de tímido con miedo al ridículo.
No sé en qué momento se fue la supuesta Cecilia, pero cuando volví a posar la mirada ya estaba el mozo pasando el trapo y agitando el limpiador.
Más que nunca la curiosidad me absorbía, quería pedir la cuenta, coger un taxi, llegar a mi casa, cargar el celular y escuchar el buzón de voz. Llegué a la conclusión que la chica que se parecía a Cecilia no podía ser ella, aunque dudo también que me haya visto en algún momento, tal vez si se fijaba en mí podía notar si había una expresión admirativa en ella; igual no la vi del todo, los rostros tienden a cambiar, no es lo mismo un rostro entero a un medio rostro, el perfil tiende a engañar, te puede parecer atrayente alguien y cuando voltea del todo ya dejó de serlo.
Cuando andas pensando en alguien, cuando ese pensamiento se vuelve constante y fuerte es común encontrártelo en sueños o encontrar en otros rostros el rostro de ese alguien, en el caminar, en la anatomía de espaldas, en la cercanía de las gafas oscuras, puede ser, tal vez lo sea o anheles que sí.
Apuré con el plato de cebiche, me induje mote y camote de un bocado, dando marcha atrás al abultado picadillo de cebolla, con la cuchara metí pescado bañado en leche de tigre y en un dos por tres ya estaba terminando el último vaso de cerveza.
Esperé a que Lucho terminará y hasta le objete que comía lento, rara contradicción, me preguntó si pedíamos un par de cervezas más, negué con la cabeza con una mueca de ya no dar más; subimos a su carro, enrumbamos por la av. Belaunde, debimos voltear y entrar a la Ejército, sorpresivamente seguimos de frente por la av. Cayma; claro que me urgía llegar a mi casa, lo ansiaba más que nada en el mundo, Cecilia me debía necesitar aún, ya no podía esperar más, sin embargo, Lucho ya me tenía preparado otros planes.

9 jun 2013

Salir de ti


Y qué si te marchas
Cuando ya no doy más
Y si hay amor
Que se quede donde está

Si vuelves mañana
Ya no te sientas tan segura
Tal vez siga aquí
O no me vuelva a mover

Y voy a llorar sin más
De tristeza partiré
Sin la tortura que me das
Mejor así, infeliz.

No te lo puedo asegurar
Pueda que te rías
Y susurres a la vez
“De mi no te puedes alejar”


28 may 2013

Mi departamento (parte III)

“No ha llamado” fue desesperante al comienzo, ¿Qué se puede entender por más tarde? Mejor dicho “te llamo más tarde” he pasado toda la tarde sentado en el sillón de la sala sin poder concentrarme en algo, es calamitoso cuando la impaciencia te rodea, quieres hallar una salida a la tranquilidad, pero qué salida encuentro, si digo “ya va a llamar” “ya va a llamar” y ha llegado la noche, me ha inundado con la melancolía de la promesa incumplida y me ha dejado otra vez el sabor a engaño.
Bueno fuera que la tragedia termina ahí, en una llamada no realizada, pero la frase primera es aun más desconcertante “necesito de tu ayuda”, ¿de qué ayuda te refieres? ¿Qué necesitas? ¿En qué te puedo servir? Pareciera que quisieras ponerle un poco de drama a nuestro encuentro, incógnita que tengo que resolver tan solo controlando mis sentidos, la palabra es impaciencia, pero no impaciente por la llamada, no, por eso no es, impaciente por saber de ti.
No es acogedora la madrugada cuando una angustia reciclada no te deja ni pestañar el ojo, esos sentimientos que han vuelto a despertar de la basura iconoclasta que dejaste rezagada por falta de motivación, sí, han vuelto. Pero nunca tuviste tal situación, nunca un día como el que se te ocurrió marcar al número de Cecilia, una tía totalmente extraña a ti, si a penas la habías visto una vez en tu vida y no de la manera más cautivadora ni interesante ni ridícula que pudiera existir, sino de la manera más cotidiana, tratar de alquilarle un departamento.
Bobi ladra, mis oídos se van atenuando a ese ladrar, se incrementa más y más, ya no va siendo parte del sueño sino de mi despertar, el cansancio me consumió, haberme quedado dormido en el sillón no es raro, mas si me parece patético ver mi mano izquierda sujetando el móvil, Bobi ya me mira con esos ojitos de persiana, que nunca dejarán pasar la luz de colores, esa que a veces no me gustaría ver.
Dos de la tarde, el apetito parece no ser síntoma de mi cuerpo, ni siquiera me he suministrado un vaso de leche, ¡qué me pasa! He tratado de dar con alguna sincronización que vaya hilando un pensamiento que me deje en paz, es imposible, si todo parecía resuelto, una señora que me insinúa que la llame, me tardé demasiado en llamarla pero me estaba esperando, me cita en su casa, ni como para decir que aun lo dudaba y cuando todo parece un encuentro de próximos amantes, resulta que no está, pero me llama al rato para decirme que me tiene presente y que de alguna manera necesita de mí.
¿Por qué no llamas? ¿Y si voy a buscarte? No, no tiene sentido ir cual amante despechado pidiéndote una explicación, seguro no pudiste llamarme, o tal vez la urgente ayuda que necesitabas fue resuelta por alguien más, las mujeres tienden a insinuar tragedias porque quieren volver atrayente cualquier situación, un momento, en ningún instante dijiste que era “urgente” ¡qué me sucede! Tal vez se te hizo tarde para llamarme o tu marido se pasó la tarde contigo y no dio tiempo ni para un mensaje, tu hijo se enfermó cual niño en desarrollo o tocaron el intercomunicador para decirte que ya estaban abajo sin avisar.
Me veo revisando los periódicos locales de manera digital, no vaya ser que me encuentre tu nombre en policiales, inundaciones o matrimoniales; las cinco siempre me cae bien para salir a dar un paseo, calmado no estoy, pero digamos que he encontrado alguna forma de sobrellevar el asunto desestabilizador que ha llegado a mi vida, haber como doy los pasos siguientes, no vaya a ser que me vaya al vació, sí, otra vez.
El ambiente anda húmedo, no ha llovido el día de hoy pero se puede percibir que no tardará en caer; no he sacado a Bobi, a veces es demasiado inquieto y en la actitud de desgano que tengo más podría enfurecerme que a dejarme llevar por él, es un buen chico, no merece ninguna reprimenda por su ímpetu animal.
No he ido a la pensión, no debe ser novedad para la señora Juana, me ufano por pagar un precio módico pero interminables veces mi presencia no se ha contado en su mesa, he preferido la llamada de un delivery, comer en algún restaurante o rara vez como hoy, abstenerme a algún plato de comida. Hoy es entendible, al menos justificable, bueno es deprimente. La melancolía potente y desestabilizadora con la cual estoy enfrentando el simple hecho de una llamada no recibida ha generado una tristeza opaca y rara, tal vez estúpida.
Que hubiera sido si me llamaba y me decía que ya había solucionado su problema, que disculpe por no haber estado en la mañana en casa y que por estas semanas no podría verme porque andaba muy atareada, ¿hubiera estado tranquilo? Al menos hubiera sido reconfortante, sabría qué pensó en mí pero que no soy tan importante para ella en estos momentos, puedo esperar.
Creo que va más por el lado de la intriga; el poder intuir algunos actos o sobreentender lo que está pasando nunca puede ser un indicativo de satisfacción y eso precisamente me pasa a mí, ando arañando hipótesis que tal vez sean ciertas pero ninguna me da la certeza que lo sea, sobre todo si la intriga me deja un sabor negativo, que no suma a lo que quiero alcanzar, en este caso, que Cecilia se haya dado cuenta que estaba cometiendo un error y lo mejor es alejarse de mí antes que termine embarrando su vida, mejor no llamarlo y hacer de cuenta que no pasó nada.
He ingresado a una tiendita de la cuadra, preferiría un café a la botellita de agua que pienso comprar, pero para eso tendría que andar hasta la av. Ejército, entrar a Starbucks y pedirlo, no estoy para estar fatigándome de esa manera, al menos hoy no.
-          Que ricos están estos duraznos – dijo el abuelo.
Lo observo con ese rostro envejecido pero no maltrecho, ha envejecido bien. Tiene un sombrero de gamuza bien puesto, con el cintillo negro alrededor de la cabeza, le queda exacto. Tiene el rostro color blanco azabache, carga con la camisa a cuadros de manga corta, sus brazos son más azabache que blanco, introducida en el pantalón de tela color azul, bien amarrado con la correa más arriba de la cintura.
-          ¿A como está el kilo? – le pregunta.
-          ¿Y usted joven que va a llevar? – me dice.
-          Dame una botella San Luis.
Lo dejó de lado al abuelo para atenderme a mí, no es difícil concluir que el abuelo se toma varios minutos en la tiendita todos los días, que ya no lleva prisa por el tiempo, que ya se va acostumbrado a la pasividad de sus días.
La banca verde de madera con patas de metal, tan típica siempre, me acurruca sujetándome los glúteos en mi displicente descanso, las lamparitas del parque ya se van chispeando, ese color amarillo foco tan romántico, pero a la vez sacada de un misterio policial en plena noche de asesinatos, con el sujeto de sacón largo y sombrero encubierto esperando por ella.
La sombra va arrancado los pocos claros de luz que todavía deambulan por el ambiente, la noche va a caer y tal vez con ella otra trágica espera, donde los sonidos se agudizan en la pausa que da el conglomerado ruidoso de la ciudad. Empiezo el regreso a casa y empieza a vibrar el móvil.
-          Oe cretino ¿Qué haces? –me dice Lucho.
-          Nada
-          Qué buena vida carajo, tu nunca haces nada.
-          Imbécil.
-          Vamos por unos tragos en la noche.
-          Vamos.
-          Esa es la actitud.
Estoy indeciso, no sé si llamar a Lucho y decirle que ando desganado, que lo dejamos para otro día o hacer el esfuerzo de levantarme y darme una ducha bien caliente; necesito un abrazo y es lo más cercano que tengo, las gotas golpeando mi espalda con esa quemadura penetrante en la piel, sofocando mi temperatura, desestabilizando mis músculos, relajando mi alma.
Quedarme en casa, encerrado en estas paredes, tal vez encuentre una desconcentración en el televisor, me penetre a algún programa, alguna noticia, una serie o ponga a andar el DVD y sin embargo, vuelva a lo mismo, concentrado en Cecilia, dándome latigazos de pensamiento y redundando en lo mismo, ideas que se estrellan sin más.
Me hace falta salir y distraerme un rato, unas copas, una buena conversación, no están de más; tal vez le cuente a Lucho mi cuasi incursión de amante y se mate de la risa y empieza a joderme con su humor tan elocuente. Y vuelve el temor a mí, ese de años atrás, cuando tenía la inseguridad de salir una noche de fin de semana a juerguearme la vida, no por algún accidente que me pudiera ocurrir ni por una pelea con algún estridente borracho sino miedo a lo que encontrara esa noche, modificando el rutinario de mi vida. Fue así como conocí a Gabriela, y fue así como tarde años en reparar que mi vida no fue la misma, pero esa es otra historia.
-          Ando muy tensionado en la chamba –dijo Lucho- Tu sabes, tienes que estar arriando a los obreros, si no estás no avanzan nada y ya la obra la tenemos que entregar a fin de mes.
-          ¿Mario? ¡carajo Mario! Te estoy hablando hombre.
-          Sorry me perdí –le dije.
-          ¿En qué piensas?
-          Huevadas
-          Tú como siempre, pensando en huevos maricón.
Después de unas copas, a insistencia de Lucho terminamos yendo al Forum, una discoteca de la calle San Francisco, no andaba muy animando en ir pero ya estaba ahí, no me iba a costar ningún esfuerzo. Entablamos conversación con un par de chiquillas, nosotros ya estábamos en proceso de una madurez con arrugas, así que algo debió primar a nuestro favor para que ellas estuvieran tan complacidas con nosotros. Lucho era pícaro, directo y pendejo; él llevaba el ritmo de la conversación, yo tan solo asentía a sus comentarios, él ya había deslizado los ojos a la chica de crespa larga, así que a mí me quedaba la otra; siempre me fue difícil sobrellevar la palabra en ese tipo de ocasiones, ¿Qué le podría decir? ¿Cómo te llamas? ¿Qué estudias? ¿Dónde vives? Nada de eso sabía que la complacería y yo también sabía que no podría complacerla. 
En plena pista de baile, con el estruendo del baile de la banana y los bajos retumbantes, nos hallábamos en pleno cortejo, danzando como mejor nos parecía, al menos yo; Lucho se consideraba un macho experimentado y al frente tenía a su albatros  que debía conquistar. Fue entonces que se me ocurrió sacar el móvil, con disgusto de mi pareja, y notar que tenía dos llamadas pérdidas, y para mi suerte, en mis manos volvió a timbrar, era Cecilia.
-          Hola Mario, se me complico la situación, en media hora en el bar Zodíaco.
-          ¡Alooo! No te escucho nada –respondí gritando.
-          ¡Te necesito! En media hora en el Zodíaco.
No escuchaba absolutamente nada, el bullicio era ensordecedor, sentí que debía dejar a Jimena, mi pareja de baile, e ir afuera a contestar el teléfono. Pero dejarla colgada en plena pista de baile no se iba a ver muy bien y seguidamente su amiga de crespa larga le diría a Lucho que lo disculpara, que tenía que ir a los servicios.
No fue solamente eso, ahora me tocaba a mí, cobrar mi revancha, hacerla esperar; esa reciprocidad que tienen los seres humanos de contestar a los actos de uno con la misma vara con la cual fue tratado.
-          ¡Cecilia no te escucho nada!
-          ¡En media hora! ¡Zodíaco! ¡urgente!
-          ¡No te escucho! ¡mejor llámame mañana! –y colgué.

21 may 2013

Mi departamento (parte II)

Han llegado las semanas y consigo el cobro por adelantado del primerizo mes de mi departamento refaccionado que he dejado en manos de un completo desconocido que me ha cortejado con documentos y papeles bien acreditados para quedarse con mi piso; con toda la confianza a ciegas, porque la galantería no hace la caballerosidad, he depositado mis llaves en manos de Julio, mi nuevo inquilino.
Como nunca determinamos lugar de pago y recordando que tampoco legalizamos el contrato de alquiler, aunque un viejo amigo abogado me ha dicho que esas son formalidades, que lo que valen son las firmas y punto, ¿aunque para asegurarse no cuesta nada mancharse el dedo con tinta y estamparla en el papel para darle un toque de digital no? He buscado entre mis amontonados papeles y anotaciones por doquier, el número de Julio, para llamarlo y concretamente cobrarle el mes de alquiler, no sin antes saludarlo con la galantería de un diplomático sin necesidad de traductor. Fecha y hora acordada y lugar que sé que es mío pero que ocupa él, pareciera que no habrá problemas con lo del pago; entre ese terrible desorden de mi escritorio, entre uno de esos papeles tachados he observado una singular nota “número de Cecilia, mi ex futura inquilina que nunca fue, 959873447”.

Entre la duda, el querer y temor he marcado el 959873447.
-          ¿Aló?
-          Buenos días, ¿Cómo le va? Como no he recibido quejas de su persona, sólo llamaba para cerciorarme si no ha tenido algún inconveniente con el piso.
-          Perdone si soy descortés, pero por lo que tengo conocimiento sé que este piso no es de usted, así que hágame el favor de no hacer un comentario que no tiene lugar, a menos que…
-          Ando interesado en usted
-          ¿Quiere verme?
“Ando interesado en usted”  de frente, sin rodeos ni galanterías, ese no parece ser yo; el pausado, respetoso, galante, el que suelta un piropo y otro más, el que no concreta nada, el que pregunta por tu ex, el que le da una vuelta al asunto y cuando lo ve por finalizado le salen con que son amigos y no te quieren perder, ese soy yo.
Todavía dudo haber dicho eso, no sé en qué pensaba, me atreví de la nada, arriesgue por la aventura sin tener la soga sujetada, esperando una negativa, un insulto, un cómo se atreve, pero no, me respondiste afirmativamente, me invitaste a verte, no dudaste de quien era el que te hablaba, ¿estabas esperando mi llamada?

He vuelto a pasar por tu calle, es la sexta vez que lo hago, son días previos al día acordado, el jueves a las diez de la mañana, y ya ando intranquilo, me se tu timbre de memoria sin nunca haberlo tocado, se cuál es tu cochera y el carro de tu marido, el Toyota azul, y se me hace tan raro el lugar de la cita, tu departamento, no recuerdo si me dijiste si tenías hijos, ¿los tienes?
Es miércoles, mañana es el día, he sacado a pasear al perro por las calles próximas a tu vivienda, ¿mera casualidad? No he dejado de pensar en ti y en nuestro encuentro desde aquella imprevista llamada; no saco mucho a Bobi, es incontrolable cuando se cruza con otro de su especie, su rabia incrementa, sus ladridos desesperan, quiere enfrentárseles como dé lugar y yo tengo que estar sujetándolo, jalando la cadena para que cambie de parecer y lo único que logro es su resistencia  y su permanente terquedad a estrechar lazos de enemistad con los de su raza. Me distraigo por las calles ansiando pasar los minutos, Bobi ya muestra signos de agotamiento, lengua afuera y su quejido respiratorio permanente, vamos de vuelta a casa Bobi.
Recién es hora de almorzar, salgo de mi casa con la parsimonia de retrasar el paso rumbo a la pensión, soy objeto de miradas, mi juventud no va acorde con la lentitud de mi paso, quiero matar el tiempo y ellos quieren detenerlo para no verse muertos, más de dos años que almuerzo en el mismo lugar, no es un sazón exquisito, pero es higiénico, contundente y agradable al paladar, me olvidaba de mencionar que pago un precio módico al mes.
La tarde me contempla con el cielo nublado, la atmosfera fría va acariciando el tiritar de mi piel, mis pasos deambulan por el detrimento de las fachadas, algunos transeúntes sujetan los paraguas, algunos van aprisa, otros se detienen en algún letrero que atrapó su vista, el mundo gira en el mismo hemisferio y nosotros no caeremos en el mismo lugar, la ley de la gravedad humana.
Veo el desangrar del cielo por mi ventana, después de un largo paseo por el centro de la ciudad, mis pies cuelgan del sillón, mi cuerpo busca una posición placentera para observar la pantalla del televisor, posición que traerá secuelas a mi espina dorsal, la comodidad no siempre es salubridad, la rectitud a veces es difícil de sobrellevar; el control remoto le saca un chispazo al suelo, enésima vez que anda en derribo y todavía cambia de canal, mi mano lo soltó cuando el sonido del televisor confrontaba el ronquido bronquial de mi ser, es hora de dormir y acurrucarme entre las almohadas y frazadas, hago un esfuerzo por levantarme, no es conveniente esforzar mis músculos cuando andan dormitados, antes de apretar el botón rojo me atrapa una noticia farandulera, al chato “atrasador” se le vio con otra en una discoteca del norte, que dirá Nataniel.
Como si en ese segundo me hubieran devuelto la vida, abro los ojos, concluir que me quede dormido es una perdida de tiempo, me ducho con agua fría, prender la terma sería otra perdida de tiempo, me derramo la colonia mientras trato de calzarme los calcetines, a la camisa le falta una planchada, a los zapatos un betún negro y maldita sea, no encuentro la correa del pantalón. Cojo el primer taxi vacio que veo, ni siquiera pregunto el precio y me subo, el recorrido se hace extenso, como lo es siempre que andas apurado, llego a mi destino, el conductor se aprovecha de mi necesidad, desciendo del taxi y me veo al frente de tu departamento, ¿llegué tarde?
Son las diez y cinco, toco el intercomunicador una vez, no quiero parecer ansioso, escucho un silencio reinante, vuelvo a tocar, dos veces esta vez, el silencio sigue en el reinado, me desespero, no tengo que ser impaciente, no puedo, esta vez no dejo de tocar, el silencio es totalitario.
Me doy por vencido, al parecer no hay nadie, tampoco está el Toyota azul, alguien me observa por la ventana del piso de arriba, no logro distinguir si es una mujer, reniego conmigo mismo, ¿acaso llegue demasiado tarde?, empiezo andar cuesta arriba, existe la posibilidad de que ella nunca estuvo a la hora acordada, ¿se habrá olvidado de mí?, quizás tuvo que salir por una urgencia, no, no, me dejo plantado, se bofa de mí, seguro se percato de mi presencia los días anteriores por su hogar y se asustó, ella no podría tener algo con alguien tan obsesivo, y ahora trata de esquivarme.

Empieza a sonar mi celular, es ella, no, no lo es, en la pantalla leo el nombre de Julio Rodríguez y se me viene a la mente nuestra última conversación.
-          ¿Le parece el día jueves?
-          Me calza bien, justo en la mañana no voy a trabajar.
-          ¿A las diez entonces?
-          Lo estaré esperando.
Contesto la llamada.
-          Señor Mario lo estoy esperando con su dinero.
-          Discúlpeme, he tenido un contratiempo pero ya me encuentro yendo para allá.
-          Ok, lo espero.
He perdido la razón, me olvide de mi alquiler, pensar en ti ha hecho olvidarme de lo demás, me emocione tanto con tu pregunta que ni siquiera me percate que había quedado a la misma hora que con Julio.
He vuelto a entrar al callejón, caminar unos pasos y pararme frente a la puerta de mi departamento alquilado, me ha abierto sin demoras, Julio es muy respetuoso conmigo, me ha invitado a pasar, le doy un vistazo a mi ex departamento vacio, aun falta algunas cosas –me dice, me puedo dar cuenta de ello, me alcanza el dinero en un sobre, confío en él y no lo abro para contarlo, le pregunto por el vecindario, es muy tranquilo –me dice.
Voy deslizándome a la salida del callejón y suena mi celular, llamada desconocida.
-          Hola, soy Cecilia, no creas que me olvide de ti.
Me quedo callado.
-          Necesito de tu ayuda, te llamo más tarde para decirte donde nos vemos.
Ni siquiera escucha decirme “ok” y la llamada se corta.
  




14 may 2013

Mi departamento




Entré al callejón, camine unos pasos y me paré frente a la puerta, el sudor empezaba a resbalar por mi piel, mi caminata rápida y el sol con aroma a infierno se habían encargado de calentar mi cuerpo; busque las llaves en mi bolsillo, no las encontré; revisé en mi maletín y estaban ahí.
Gire la llave y entre al departamento, estaba vacío como lo había dejado la semana pasada,  cada ruido que hacía resonaba en el lugar, di una vuelta por todas la habitaciones, no sé que buscaba; en los últimos meses había ido constantemente al departamento, prácticamente se había convertido en una especie de reliquia en la que su único visitante era yo, primero yendo constantemente para aburrir  a la inquilina para que desocupara el lugar; después para reparar el lugar, interminables días llevando materiales y revisando que los empleados hagan su trabajo; proseguiría una búsqueda incansable de un futuro inquilino, la reliquia estaba siendo visitada por muchos, ninguno lo apreciaba tanto como para quedarse con ella o no pasaban el ojo clínico del guardián para poderse quedar con ella.
En una de las habitaciones encontré el banco donde pasaba interminables horas tratando de leer un libro, mientras mi celular no dejaba de sonar, no estaba buscando el banco por eso digo que no sé que buscaba; igual decidí sentarme, saque de mi maletín un libro de Herman Hesse para continuar con la lectura que había dejado abandonada días atrás y de repente sonó mi celular. Lo mismo de siempre, cuantas habitaciones tiene y cuál es su precio.
-          ¿Se encuentra usted ahí? –futura inquilina.
-          Sí –respondí.
-          Voy en 10 minutos –futura inquilina.
Habían pasado 15 minutos desde que recibí la última llamada, decidí dejar de leer a Siddhartha, me levante con dirección hacia la puerta, cuando la abrí me encontré con una señora en la puerta. Me impacto su presencia, era una señora sin aire a señorona, tenía un aire a Jennifer Aniston que no parecía tener cuarenta. 
-          ¿Toco usted el timbre? –pregunté.
-          No
-          ¿Usted es la que llamo hace un rato?
-         
-          ¿Y por qué no toco el timbre?
-          Pensé que no estaba –respondió.
Me pareció extraña su manera de pensar cuando minutos antes le había dicho que me encontraba en el lugar; la hice pasar y le mostré el departamento, mientras caminábamos ella imaginaba como irían sus pertenencias; después de enseñarle todo el departamento, mientras que ella terminaba de poner cada cosa en su lugar mentalmente, volteó y se dirigió hacia mí.
-          ¿Dice mi esposo que por qué tan caro?
-          Ese es su precio –le respondí.
-          ¿Nada menos?
-          No
Volvió a caminar por el departamento, observando de nuevo las habitaciones; yo la observaba, no sé por qué razón no le había preguntado nada; siempre hacia muchas preguntas a los futuros inquilinos  ¿Cuántas personas piensan vivir en el departamento? ¿Quiénes son esas personas? ¿En qué trabaja? ¿Dónde trabaja su esposo? ¿Por qué razón está buscando otro piso? Etc. Curiosamente ni siquiera nos habíamos presentado.
-          ¿Estás seguro que nada menos?
-          Completamente –respondí.
-          Mira, donde vivo actualmente tengo cochera y como nosotros tenemos coche y este departamento no tiene cochera, vamos a tener que alquilar una cochera y eso va a tener que ser otro gasto, acá en la bolsa traigo los seiscientos pero necesito que sea algo menos para poderlo tomar.
-          Entiendo, pero lamentablemente ese es su precio
-          Ok, ¿Me das tu nombre y tu número por favor?
-          Mario Martínez, 959633898
-          Ok, déjame hablar con mi esposo y yo te estoy llamando más tarde.
-          ¿Y tu cómo te llamas?
-          Cecilia
-          Ok Cecilia
Le abrí la puerta y nos despedimos afectuosamente, nunca antes había hablado tan poco con un futuro inquilino, fue extraño que permaneciera tan callado y no me era de extrañar que se llamara Cecilia, pero Cecilia ¿qué?, no lo sabía.
Pasaron las horas de la tarde, entre llamadas y Siddhartha, Siddhartha me abandono pero las llamadas seguían constantes, no sólo las llamadas, las visitas también se hicieron llegar pero ninguna como  Cecilia; empiezo arrepentirme de no haber bajado el precio del departamento, podía haberlo hecho, no sé por qué razón me inspiraba tanta confianza su persona y algo me dice que hubiera pagado puntualmente, manteniendo el departamento en perfectas condiciones, me arrepentía y esperanzaba a que llamara; nunca llamo.
Han pasado dos semanas, mi memoria ya no recordaba a Cecilia, mi ex futura inquilina que nunca fue, pero hoy ha pasado algo rarísimo, me ha llamado.
-          ¿Aló?
-          ¿Con Mario?
-          ¿Sí?
-          Hola, soy Cecilia, hace unas semanas fui a ver tu departamento, ¿te acuerdas de mí?
-          Claro –le dije.
-          Mira, me olvide de llamarte ese día, con mi esposo decidimos quedarnos en este piso, ya sabes, por la cochera.
-          Claro
-          Solo llamaba para agradecerte por tu tiempo y disculpa la demora.
-          Ok, no te preocupes –estaba verdaderamente atónito, no había razón para llamarme y decirme eso, siempre los posibles inquilinos decían “lo llamamos”, y eso era una especie de despedida.
-          ¿A verdad? Me olvidaba, este es mi número, cuídate, chau –y colgó.

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