Con lo tedioso que era pisar la universidad los últimos meses, con un esfuerzo existente al calentar la silla del aula, veía un paraíso concluir el semestre y sin tedios ni esfuerzos verme leyendo a pierna suelta, hasta que los ojos me lo permitieran, mis novelas, que a veces se andan empolvando en la estantería; que encuentro más reconfortante a mi espíritu avanzar pagina a pagina un libro escogido por mi ímpetu literario, que obligado a leer una copia pirata de una lectura que mi ser encuentra detestable, ¿acaso me equivoque de profesión?
Y cuando las condiciones estaban dadas, no más semestres, al fin abrir las cortinas, sentarme al sillón, combatir con el tiempo, voltear la página, prender la lámpara, coger el libro, volver a encontrar una posición adecuada y soltarlo al escuchar el cacarear del gallo. Se me ocurre revisar mi correo electrónico, abrir un mail de mi jefe y enterarme sutilmente que soy encargado de una campaña de navidad, ¿y la democracia?, lo único rescatable del mail, es la buena compañía con la que trabajaré.
¿Cuándo se me fue la solidaridad hacia con los demás? ¿Acaso no soñaba con ayudar a los pobres? Mi adolescencia me permitía soñar con ello, soñar con ser un Tereso, darme hacia los más necesitados; mi juventud ha ido aplacando ese ímpetu solidario, suficiente con ser participante de un par de campañas de navidad, voluntario de un par de colectas para contribuir con los fondos de alguna institución benéfica, ¿para qué más?
Fue un fastidio saberme como encargado de una campaña, y eso que no estaba solo, ¿acaso mejorará en algo su calidad de vida de esos niños chaposos compartiendo unas horas con ellos? Mi respuesta es una incógnita; un juguete, una ropa, un chocolate caliente, un pedazo de panetón son efímeros para una vida, ¿lo son acaso esa alegría que provocas en sus rostros? Esa esperanza que les llevas por un momento en sus vidas, celebrar con ellos la natividad (nacimiento de Jesús) ¿no es acaso un acto de amor? ¿Lo recordarán de grandes?
Por otro lado, estoy convencido que es mejor enseñar a pescar que dar el pescado, tengo una postura en contra de esas instituciones benéficas que siembran parásitos en la sociedad, de esa filosofía que te enseña a pedir y pedir, la pobreza no significa insuficiencia, la ayuda no es dar por dar, la riqueza es un mal si no enseña a crecer a los demás.
No es lo mismo haberme pasado un día jugando con los niños que haber conseguido los juguetes para que los niños jueguen.
Recuerdo el año pasado, viéndome viajar en el pasillo del bus que nos llevaba al Colca para la campaña de navidad, era un esfuerzo gratificante sacrificarme en el viaje para que los nuevos participantes puedan tener un viaje digno, más gratificante fue regresar de esa campaña con un ronquido a cuestas por tanto cantar con los niños, con un cansancio presumible por haber dado todo por ellos, tan solo un día.
Este año fue distinto, un día te ves preocupado por saber si ira gente a tu campaña, al día siguiente tienes la incertidumbre de no tener nada, el martes hay algo paupérrimo en tus manos, el miércoles piensas desistir y cancelar la campaña, inevitablemente llega el jueves.
Es jueves y te ves con un bus casi repleto, solo dos asientos vacios (el tuyo y el de tu prima), con gente amiga que se apareció de improvista, con donaciones anónimas y otras con nombre, que hicieron posible las compras para la campaña, con personas que te prestan su colaboración para que todo salga mejor, ves a jóvenes como tú que conversan con rostros magullados y desdentados, a chicas y chicos pintando con niños, los hay otros jugando con ellos, algunos forman filas buscando un orden, todos atentos al nacimiento del niño Jesús, cuidado con el disfraz que es alquilado, ella hace la chocolatada, él la sirve, tú das el biscocho y esa voz ronca cantándoles que el lobo no quiere sacar a la chiva y que la chiva no quiere salir de ahí; y al final del día te informan que milagrosamente no solo alcanzo sino que te ves de regreso con cosas en la bodega para una próxima campaña. ¿Se apuntan?