“Uno escribe siempre la misma canción, sobre un niño con cara de viejo, que se atreve a volar bajo el cielo marrón, que agoniza detrás del espejo. Uno inventa siempre la misma canción, del poeta borracho y su musa, del teclado mellado del acordeón, del pecado mortal sin excusas. Uno canta siempre la misma canción, otra noche en el bar de la esquina, cerca de la estación donde duerme un vagón, cuando el tiempo amenaza rutina. Uno rumia siempre la misma canción, como un perro ladrando a una luna, con la misma trompeta y el mismo trombón, del mariachi que no hizo fortuna. Uno acaba nunca la misma canción, con acordes que saben a ti, luego llega la hora de alzarse el telón, y volver a abrazar a mi gente de Lima”. Joaquín Sabina
En estricto sentido mi mudez rítmica no te llegará al oído, en un sentido estricto siento que me es debido; un moroso que se atreve al fin, a decírtelo en la calle, sin peatones, sin vestido de luto, sin inventarios, sin hoteles de paso, con ex amigos, con noches sin ella, con mentiras buenas, con motivos sobrantes, que este post es tuyo; que el juez se ha puesto de tu parte y yo civilmente he reparado en subirme al tren, ponerme el bombín y suponer que hablamos de Joaquín.
Y ya me veo viajando, gastando los centavos que son prestados, viendo pasar en combi los minutos y viéndonos en el mismo lugar, Lima la aglomerada, ay qué sería de ti sin tu smog transitado.
Justo a tiempo, anticipadamente precavidos para estar en el recinto y probar una pizquita de tu tiramisú de limón, aun saboreamos y nos cuentas tu vida con revolución de mayo incluida, con estas ganas moribundas de preferir Lima la gris que concierto sin ti, viendo pasar las aves de paso que se trasladan de hemisferio, no la vi en un paso cebra sino en la playa con bikini a rayas, no se llevo mi ordenador, me robo el corazón, y ya se olvido que estuvo en mi cama antes que salga el sol, mi mestiza ardiente de lengua libre, moja una lagrima con la lluvia sobre mojada, prefieres conductores suicidas que mi dolor de muelas.
Y sin embargo, no miento si juro que por ti daría la vida entera, pero por motivos que no voy a explicarte, voy a dejarte por darte la razón, mi Magdalena, ¿Cómo huir si ya no quedan islas para naufragar?, contigo aprendí que la humedad es algo que se seca y se olvida, trepo por tu recuerdo como una enredadera que no encuentra ventanas donde agarrarse, y si quieres buscarme no toques el número siete, sabes que no voy asediarte con mi antología de sabanas frías y alcobas vacías, ni te voy a pedir perdón ¿para qué? Si me vas a perdonar porque ya no te importa.
Entre la cirrosis y sobredosis andas siempre princesa, te cuento que el lanzador de cuchillos por llevarse algo al bolsillo trabaja de afilador, te vendieron amor sin espinas, nuestra noche de bodas duró sólo una noche, y no bien empezamos, me dijiste “volvamos a empezar”, ahora duermes sola, soñando que tienes otras vidas ¿llegáremos a los cien?, ojalá y volvamos, ya van siendo las diez y once, ¿nos volveremos a ver? sólo escucho tu silencio.
Me has dejado con la frente marchita, con la chimenea apagada, como Barbie deja a Ken, como si la tortuga fuera a alguna parte, como un suicida sin vocación, con mentiras piadosas; si ya no cantarás en escenarios multitudinarios, que ya no sé si te volveré a ver, si ya estas tan viejo y yo tan joven; que me has regalado dos horas y medio limón, tan agrio y delicioso a la vez, que poco dura la vida eterna en las tablas, que el recinto se va apagando, que el escenario anda desolado, que necesito un whisky con soda, un rocanrol para idiotas, una cenicienta de saldo y esquina para ver si se me pasa la depresión (no llamen a mi doctor por favor) y terminemos esta grandiosa noche de poesía lirica sacándonos el sombrero, haciendo un pacto entre caballeros.