Me he detenido un momento, en la banqueta de mi vida, a
reflexionar de los sucesos acontecidos a lo largo de mis despertares, los que
llevan casi y 25 años, y me doy con la realidad pura del ruido, ese que ha ido
rompiendo mis silencios a pedacitos.
El mundo es distinto al que me cobijaba 20 años atrás, ya no
vivo en la casa grande, rodeado por jardines, el establo y la tierra colorada;
ahora vivo en una urbanización, dentro de un edificio y con el numero 301. Nunca
tuve vecinos tan cercanos como los tengo ahora, llevo un poco más de tres años
viviendo acá y fuera de los miembros del edificio, no conozco a nadie más,
quiero creer que es parte del proceso de socialización.
Recuerdo haberme emocionado un día al ver en mi calle, en la
que ya no vivo, pasar un sin número de vehículos, atravesándola de arriba
abajo, por dos días se convirtió en la prolongación de la Prolongación Av. Ejercito, ¿y cómo no iba a
emocionarme? Si por mi calle pasaba un vehículo cada hora (siendo optimistas),
sin duda para mí era una novedad, de la cual me jacte de contarla todos los
años que duro mi niñez.
Hoy ando aborreciendo la infinidad de carros que pasan por
la calle de la urbanización, sin contar las innumerables alarmas, bocinazos,
tubos de escape y bombos parlantes que mis oídos escuchan al compas del reloj.
Como va cambiando mi percepción de emociones, gustos, disgustos y odios a
través de los años.
Nos hemos vuelto una sociedad escandalosa, o tal vez, no
hemos sabido culturizar el ruido tecnológico que nos embarga, el que sin querer
nos va quitando pedacitos de nosotros y nos volvemos meros objetos que tenemos
que tunear.
Quiero que se entienda por “ruido” el flujo absorbente de
silencio, en definitiva, el ruido es eso. Y en mis casi 25 años voy siendo
absorbido por el ruido, el que me ha quitado las horas de vocación a
reflexionar mi ser y me ha conducido a vivir sin mí.
Al describir mi día más carente e improductivo de mi vida,
que a continuación voy a narrar, he de notar que soy un conjunto de partículas
de bullicio alérgico a la falta de ruido.
Me he despertado a mediodía, extiendo mi mano a la mesa de
noche, cojo el reloj y constato la hora, me enorgullezco de haber pasado la
mañana en la cama, prendo el celular, veo si hay llamadas y mensajes, agarro el
control remoto, le doy ON: buscamos los deportes, las noticias o lo que halla.
Me quedo prendido en el imaginario televisivo por un par horas, me levanto, voy
a la cocina, prendo la radio y como algo, chismeo por la ventana, sin
novedades.
Otra vez frente al televisor, algo de futbol nunca cae mal,
aprovecho de llamar a mi enamorada, mala idea, sobre todo cuando le pregunto
¿Qué has dicho amor? Y su molestia por escucharla tanto. Entre la somnolencia y la tv se me pasan las
horas, llamo al delivery por una pizza y mientras llega le doy un zapping a los
canales, si tengo suerte, me veo en el dilema de querer ver tres cosas a la vez
y al final me quedo sin ninguna.
Me paro y voy al escritorio, al menos una buena costumbre,
no llevar la laptop a la cama; me paso algunas horas en el mundo del internet,
bastante de facebook, el chats, las fotos, las actualizaciones de estado y las
mil un fotos de Pizarro, el penal y el cariño del pueblo.
Del aburrimiento y de la nada de ganas de leer un libro, me
animó a poner un DVD, alguna película interesante que para mi estado de ánimo
no es recomendable, mejor las noticias, sí las de futbol en América porque ya
no hay más.
He descrito mi ser en estado de pereza, por el simple hecho
de hacer notar que he pasado un día en soledad, sin familia, ni amigos, ni
paseos; y aquí quiero resaltar que la soledad no es sinónimo de silencio, se
puede estar totalmente solo y a la vez totalmente fuera de ti.
Nuestra vida se ha vuelto ruidosa, que lo tecnológico nos ha
simplificado la vida pero a la vez ha contribuido a alejarnos de la “reflexión
intrínseca” la cual es la medida de la maduración del ser; la globalización nos
ha quitado el tiempo de tranquilidad y pausa antes vivida, porque el caballero
no le abría la puerta del coche a la dama por pura galantería poética sino para
matar el tiempo, entenderán porque ya no lo hacemos.
El mundo avanza al galope del chirrido y yo me detuve
algunos días en silencio, en una casa de retiro, con el sonido pacifico del río;
sin reloj ni celulares ni televisión ni música ni contactos ni siquiera
compañeros a los cuales poder hablar o contar paparruchadas, en soledad muda intrínsecamente mía con
algunos textos de meditación y mucho papel por escribir.