Han llegado las semanas y consigo el cobro por adelantado
del primerizo mes de mi departamento refaccionado que he dejado en manos de un
completo desconocido que me ha cortejado con documentos y papeles bien acreditados
para quedarse con mi piso; con toda la confianza a ciegas, porque la galantería
no hace la caballerosidad, he depositado mis llaves en manos de Julio, mi nuevo
inquilino.
Como nunca determinamos lugar de pago y recordando que
tampoco legalizamos el contrato de alquiler, aunque un viejo amigo abogado me
ha dicho que esas son formalidades, que lo que valen son las firmas y punto, ¿aunque
para asegurarse no cuesta nada mancharse el dedo con tinta y estamparla en el
papel para darle un toque de digital no? He buscado entre mis amontonados
papeles y anotaciones por doquier, el número de Julio, para llamarlo y
concretamente cobrarle el mes de alquiler, no sin antes saludarlo con la
galantería de un diplomático sin necesidad de traductor. Fecha y hora acordada
y lugar que sé que es mío pero que ocupa él, pareciera que no habrá problemas
con lo del pago; entre ese terrible desorden de mi escritorio, entre uno de
esos papeles tachados he observado una singular nota “número de Cecilia, mi ex futura inquilina que nunca fue,
959873447”.
Entre la duda, el
querer y temor he marcado el 959873447.
-
¿Aló?
-
Buenos días, ¿Cómo le va? Como no he recibido
quejas de su persona, sólo llamaba para cerciorarme si no ha tenido algún
inconveniente con el piso.
-
Perdone si soy descortés, pero por lo que tengo
conocimiento sé que este piso no es de usted, así que hágame el favor de no
hacer un comentario que no tiene lugar, a menos que…
-
Ando interesado en usted
-
¿Quiere verme?
“Ando interesado en usted”
de frente, sin rodeos ni galanterías, ese no parece ser yo; el pausado,
respetoso, galante, el que suelta un piropo y otro más, el que no concreta
nada, el que pregunta por tu ex, el que le da una vuelta al asunto y cuando lo
ve por finalizado le salen con que son amigos y no te quieren perder, ese soy
yo.
Todavía dudo haber dicho eso, no sé en qué pensaba, me
atreví de la nada, arriesgue por la aventura sin tener la soga sujetada,
esperando una negativa, un insulto, un cómo se atreve, pero no, me respondiste
afirmativamente, me invitaste a verte, no dudaste de quien era el que te
hablaba, ¿estabas esperando mi llamada?
He vuelto a pasar por tu calle, es la sexta vez que lo hago,
son días previos al día acordado, el jueves a las diez de la mañana, y ya ando
intranquilo, me se tu timbre de memoria sin nunca haberlo tocado, se cuál es tu
cochera y el carro de tu marido, el Toyota azul, y se me hace tan raro el lugar
de la cita, tu departamento, no recuerdo si me dijiste si tenías hijos, ¿los
tienes?
Es miércoles, mañana es el día, he sacado a pasear al perro
por las calles próximas a tu vivienda, ¿mera casualidad? No he dejado de pensar
en ti y en nuestro encuentro desde aquella imprevista llamada; no saco mucho a
Bobi, es incontrolable cuando se cruza con otro de su especie, su rabia
incrementa, sus ladridos desesperan, quiere enfrentárseles como dé lugar y yo
tengo que estar sujetándolo, jalando la cadena para que cambie de parecer y lo
único que logro es su resistencia y su
permanente terquedad a estrechar lazos de enemistad con los de su raza. Me
distraigo por las calles ansiando pasar los minutos, Bobi ya muestra signos de
agotamiento, lengua afuera y su quejido respiratorio permanente, vamos de
vuelta a casa Bobi.
Recién es hora de almorzar, salgo de mi casa con la
parsimonia de retrasar el paso rumbo a la pensión, soy objeto de miradas, mi
juventud no va acorde con la lentitud de mi paso, quiero matar el tiempo y
ellos quieren detenerlo para no verse muertos, más de dos años que almuerzo en
el mismo lugar, no es un sazón exquisito, pero es higiénico, contundente y
agradable al paladar, me olvidaba de mencionar que pago un precio módico al
mes.
La tarde me contempla con el cielo nublado, la atmosfera
fría va acariciando el tiritar de mi piel, mis pasos deambulan por el
detrimento de las fachadas, algunos transeúntes sujetan los paraguas, algunos
van aprisa, otros se detienen en algún letrero que atrapó su vista, el mundo
gira en el mismo hemisferio y nosotros no caeremos en el mismo lugar, la ley de
la gravedad humana.
Veo el desangrar del cielo por mi ventana, después de un
largo paseo por el centro de la ciudad, mis pies cuelgan del sillón, mi cuerpo
busca una posición placentera para observar la pantalla del televisor, posición
que traerá secuelas a mi espina dorsal, la comodidad no siempre es salubridad,
la rectitud a veces es difícil de sobrellevar; el control remoto le saca un
chispazo al suelo, enésima vez que anda en derribo y todavía cambia de canal,
mi mano lo soltó cuando el sonido del televisor confrontaba el ronquido
bronquial de mi ser, es hora de dormir y acurrucarme entre las almohadas y
frazadas, hago un esfuerzo por levantarme, no es conveniente esforzar mis
músculos cuando andan dormitados, antes de apretar el botón rojo me atrapa una
noticia farandulera, al chato “atrasador” se le vio con otra en una discoteca
del norte, que dirá Nataniel.
Como si en ese segundo me hubieran devuelto la vida, abro
los ojos, concluir que me quede dormido es una perdida de tiempo, me ducho con
agua fría, prender la terma sería otra perdida de tiempo, me derramo la colonia
mientras trato de calzarme los calcetines, a la camisa le falta una planchada,
a los zapatos un betún negro y maldita sea, no encuentro la correa del
pantalón. Cojo el primer taxi vacio que veo, ni siquiera pregunto el precio y
me subo, el recorrido se hace extenso, como lo es siempre que andas apurado,
llego a mi destino, el conductor se aprovecha de mi necesidad, desciendo del
taxi y me veo al frente de tu departamento, ¿llegué tarde?
Son las diez y cinco, toco el intercomunicador una vez, no
quiero parecer ansioso, escucho un silencio reinante, vuelvo a tocar, dos veces
esta vez, el silencio sigue en el reinado, me desespero, no tengo que ser
impaciente, no puedo, esta vez no dejo de tocar, el silencio es totalitario.
Me doy por vencido, al parecer no hay nadie, tampoco está el
Toyota azul, alguien me observa por la ventana del piso de arriba, no logro
distinguir si es una mujer, reniego conmigo mismo, ¿acaso llegue demasiado
tarde?, empiezo andar cuesta arriba, existe la posibilidad de que ella nunca
estuvo a la hora acordada, ¿se habrá olvidado de mí?, quizás tuvo que salir por
una urgencia, no, no, me dejo plantado, se bofa de mí, seguro se percato de mi
presencia los días anteriores por su hogar y se asustó, ella no podría tener
algo con alguien tan obsesivo, y ahora trata de esquivarme.
Empieza a sonar mi celular, es ella, no, no lo es, en la
pantalla leo el nombre de Julio Rodríguez y se me viene a la mente nuestra
última conversación.
-
¿Le parece el día jueves?
-
Me calza bien, justo en la mañana no voy a
trabajar.
-
¿A las diez entonces?
-
Lo estaré esperando.
Contesto la llamada.
-
Señor Mario lo estoy esperando con su dinero.
-
Discúlpeme, he tenido un contratiempo pero ya me
encuentro yendo para allá.
-
Ok, lo espero.
He perdido la razón, me olvide de mi alquiler, pensar en ti
ha hecho olvidarme de lo demás, me emocione tanto con tu pregunta que ni
siquiera me percate que había quedado a la misma hora que con Julio.
He vuelto a entrar al callejón, caminar unos pasos y pararme
frente a la puerta de mi departamento alquilado, me ha abierto sin demoras,
Julio es muy respetuoso conmigo, me ha invitado a pasar, le doy un vistazo a mi
ex departamento vacio, aun falta algunas cosas –me dice, me puedo dar cuenta de
ello, me alcanza el dinero en un sobre, confío en él y no lo abro para
contarlo, le pregunto por el vecindario, es muy tranquilo –me dice.
Voy deslizándome a la salida del callejón y suena mi
celular, llamada desconocida.
-
Hola, soy Cecilia, no creas que me olvide de ti.
Me quedo callado.
-
Necesito de tu ayuda, te llamo más tarde para decirte
donde nos vemos.
Ni siquiera escucha decirme “ok” y la llamada se corta.
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