27 mar 2012

La paz de los vencidos


Te has detenido un momento a pensar a dónde te conduce la muerte, es innegable que el mundo seguirá girando, que la mayoría de nosotros ni sabremos que exististe, que los que te han querido, tal vez pocos, te han llorado, pero de acá un tiempo, estarán acostumbrados a tu ausencia y porque la memoria es duradera y el pasado imprescriptible, a duras penas se acordarán de ti.

¿Para que aposentarte en estas tierras? Si predicas la vanguardia atea que te remonta a un instante finito, que no te lleva a más lugar que la mirada de tus ojos en el ancho mar; si te conformas con la pared que no va más allá de los metros que te distancian de ella. ¿Para qué seguir? Si has puesto el freno a la existencia desde un comienzo.

No sé qué razón te llevo a ir construyendo en estas tierras, si tu meta final era saberse muerto desde un inicio, ¿Cuál era tu motor? Si la brújula siempre se dirigía a terminar la oración con el punto final. Pero aún así fuiste lampeando entre surcos y labrando entre arbustos, siendo contribuidor del mundo.

He visto tu esfuerzo por la vida, has luchado por construir lo que tienes, y no es nada cuestionable que te lleves el titulo de gerente general de tu propia empresa; te vi desde el colegio, tenías esas ansias de acariciar la grandeza, tu constancia en los estudios te llevo a hacer la carrera de manera rápida y tu precisión a optar siempre por lo mejor.

Siempre te describiste como dominante y seguro de ti, pero fueron tus pasiones las que dieron inicio a tu agonía viviente, dejaste a tu familia por el amor juvenil de una chiquilla y no conforme con tu descendencia, la aumentaste en ramas diferentes ¿A qué te llevo? A venirme un día llorando: aún amabas a tu ex mujer, añorabas escuchar la voz de tu madre (que se murió en la rectitud callada del desacuerdo), tus hijos te amaban en lejanía y entre las distintas ramas se odiaban, la chiquilla es aficionada al instructor de gimnasio y tú ya no sabes que hacer para no sentirte solo.

Cuantas veces me viniste diciendo que tu creer se reflejaba a ti, “no hay más” me lo repites hasta hoy, con ese gesto de soberbia que nunca te vi torcer; y a mí me confundes porque no entiendo tu proceder, no proceso que vengas a mí, a quejarte del mundo, a maldecir tu desdicha, a desahuciar tus penas, si sabes que no hay nada después de ti.

¿Ya no es hora de poner tu punto final? A tu sangre le dejas mucha materia por explotar, por ese lado, no hay de qué preocuparse; es mejor buscar la tranquilidad en el ancho mar que termina con tu mirada, respirar la detención de la nada, ya no sentir esos golpes de miseria que tu corazón se da, ese arrepentimiento constante de vacio inocuo que duele, esa tristeza que embarga tu ser con intereses.

¿Cómo puedes seguir soportando este suplicio? ¿Qué te detiene? Es como si tuvieras aún la esperanza de revertir la situación o es que tu inocencia te dice que ya va a pasar, pero tampoco es que te dejes engañar; ¿o es lo que creo que es? que le tienes miedo a la muerte, porque por más que te asegures a ti mismo que no hay nada, experimentas esa sensación de inseguridad como el niño que duda de su sombra en la oscuridad.

Si no creyera en una vida después de la mía, consideraría el suicidio no como una salida sino como un descanso indefinido de paz, la única opción para evitar la tristeza que agobia a ratos mi alma, que mejor ya no sentir nada, si la palabra se termina conmigo; pero ni mi mayor necedad boba me permite pensar que yo termino acá, me es inevitable saber que mi alma seguirá andando, es por ello que cada mañana al despertar, sueño en ser cada vez mejor y por eso sigo aquí, tratando de llegar al amor que me conduzca a la eterna felicidad de mi alma.



(1) Título sacado de la novela del escritor Jorge Eduardo Benavides.




9 mar 2012

El enamoramiento del beso



Al compás de los besos, de esos tiernos que se dan en el cachete, de piquito a piquito tu piel se va llenando de un escozor amoroso; los labios de ella que van rozando la barbilla que los días te dejan, de los más simples y sencillos que hay en órbita, nada de lenguazos ni babas ni pasión desenfrenada; sus besos se inyectan en tus pómulos, besitos diría yo, de reducido tiempo, chiquitos, de corta prolongación, que llenan el espacio, el vació, tu corazón. Es más, bastaría tan solo la fricción, la mueca, el gesto, cuando va a depositar sus labios en tu piel, el antes del beso, para dejarte satisfecho.

Y así me gustan, los que me das a ratos, a momentos, a destiempo; en las tardes, las noches, madrugadas, a la hora pactada o a cualquier hora, me da lo mismo, si en la sala, si en mi cuarto, en la calle o en tu puerta, porque me basta eso, tus besos minúsculos en mi mejilla, para sentir amor, cariño, lealtad, paz y sinceridad.


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