Foto real
(Basado en un hecho real)
Cinco años después de tener a tu primer hijo dabas al fin el sí, el anhelado sí que soñaste desde muy pequeña; eras apenas una muchachita cuando te embarcaste en el sexo, no te cuidaste, pero tú seguirías afirmando que sí, producto de tu nueva experiencia concebiste a tu primer niño y con el coraje de una mujer luchaste para tenerlo, tu alicaída familia te impuso el no, apenas tenías 15 añitos, pero remaste contra la fuerza opresora, era tuyo, y decidiste tenerlo a pesar de la censura familiar.
Volvías a pronunciar el sí para asegurarte de que era cierto, al frente lo tenías al juez, y a tu costado, al amor de tu vida, unos pasos más atrás, a la querida parentela y más atrás, al conserje. No dudabas de su amor, con hijito y todo, te quería, por eso te propuso matrimonio, no dudaste morocha, el sí que dijiste aquella vez era de mayor felicidad, pero hoy lograste hacerlo intenso, sí, hasta que la muerte nos separe.
Cinco años más tarde.
El frío madrugador no te motivaba a levantarte de la cama, forzosamente lo tenías que hacer, ya pisabas suelo, buscaste las pantuflas debajo de la cama, con dirección al baño te diste media vuelta, monga, ¿que tenías en la cabeza?, te ibas a bañar, sacaste tus sandalias del ropero y te fuiste a tomar una ducha caliente; el baño aún tenía ese aroma flatulento de tu marido, pobre de él, se tenía que levantar de madrugada para ir al puerto, a pesar de sus olores lo querías morocha.
Ahí estabas frente al espejo, todavía con unas gotitas en el rostro, te fijabas en tus glándulas mamarias, cómo habían crecido, sí, ya eras toda una madre, buscaste el sostén para levantarlas, aún eras joven y tenías que contribuir a aparentarlos, ya no solo era uno, eran tres preciosas criaturas más, te dio un poco de melancolía no haber podido seguir amamantando al último, tan solo le diste seis meses de lactancia y regresaste a las mañanas laboriosas.
Los llevaste al colegio y al de once meses lo dejaste en la guardería; a despachar en el supermercado, a sonreírle a los clientes, tenías con que, tu hermosa dentadura le sacaba brillo a las sonrisas ajenas que te devolvían, eras atenta y lo que más gustaba, hábil con las sumas y los vueltos.
En cinco años de mujer de, los habías pasado felices, llevabas una cierta monotonía, la cual no te hubiera gustado tener, preferías las aventuras y los riesgos, pero tu estado de mujer con cuatro hijos no te lo permitiría, tenías que darle seguridad a los chicos, querías ser la madre que te falto en casa, y del otro lado tenías un apoyo; no te ayudaba en atenderlos, menos bañarlos ni cambiarlos, pero si daba esa dirección ordenada en casa, la que tu padre nunca te dio, por eso lo consentías como a un hijo más, todavía seguías enamorada morocha.
Se aproximó a la caja, ella se adelanto a tu sonrisa, le devolviste un gesto amable y avergonzado, tenía la sonrisa más bonita que la tuya, te intimidó, 48 dólares con 50 centavos, viste sacar del bolso la billetera fucsia y como si hubieras presentido algo, fijaste la mirada al desdoblarse la billetera, no, ¡no podía ser él! Por el amor de Dios, ella se percato que te quedaste detenida en la fotografía, sumergieron sus celos y como si quisiera dejar constancia de que era suyo, te dijo, es mi novio.
Ipso facto te levantaste y te fuiste corriendo al baño, el vomito se te venía encima, una especie de melancolía repugnante, querías desfogar ese odio repulsivo y denigrante que sentías, mientras que tus lagrimas limpiaban el inodoro de todo lo sufrido, apareció la supervisora para llamarte la atención, ¡no puedes dejar al cliente a medio pagar!, ¿estás bien Laura? ¿Qué te pasa?
No podías negarlo, tu rostro palidecía, el soplo de tu vida te lo habían absorbido, saliste en busca de tus hijos; querrías enfrentar a ese desgraciado, ¿Qué te pasa mami?, ¡tu papá es un maldito!, el niño calló, mientras sus hermanitos no entendían, no era su padre biológico, pero desde que se casó con Laura asumió como tal, el motor del automóvil rugía con furia, si pudiera sentir las emociones, el ruido sería estrepitoso.
Aparcaste en la berma, cargaste al bebé en brazos, apenas los pequeñitos podían seguirte con sus pies, el mayor los ayudo a caminar, y la puerta se cerró con un fricción de dolor, los tumbaste en los sillones, hoy no habría almuerzo, las horas pasaron y pasaron, esperabas por él, llamaste a su trabajo, ¿tan ciega estabas?, te enteraste que su hora de salida era a las seis, él siempre llegaba pasado las ocho.
Tiraste el teléfono, las lágrimas sumergían de tu cuerpo oscuro, infectado del dolor y el odio, ¿Qué pensaste en ese momento?, cogiste las llaves del auto, Santiago ayuda a salir a tus hermanos, qué suban al carro, la bebe protestaba con sus lloros del hambre que sentía, no tuviste piedad, la postraste en el asiento delantero y diste marcha al motor enfurecido.
¿A dónde vamos mami?, ¡todos vamos a morir hoy cariño!, en desquiciada frase todavía mostrabas un gesto de ternura, te dirigiste al puerto, donde él ya no estaría. Sí, encolerizabas más sabiendo con quién podía estar, era más bonita y joven que tú, por eso te engañaba, ya eras una mujer acabada, tu marido ya no sentía pasión por ti; no medias tus actos, habías perdido la brújula del camino, ¿Qué estabas haciendo Laura?
Llegaste al embarcadero, el río te conduciría al atlántico, frenaste en el filo de la rampa, ¡ese maldito pendejo te las pagaría todas!, se arrepentiría toda su vida de haberse metido con otra. ¡No! La maldita era otra, sí, eras tú, así como tuviste a tu primer hijo porque era tuyo, pensabas que todos eran de tu propiedad; volviste a pensar en él y aceleraste con desesperación, el automóvil se introdujo en el río, los niños gritaban de miedo, los vidrios no apañaban el agua que se introducía en el vehículo, ¡maldita seas! Te sumergías al fondo del río, asesina infernal, y en la oscuridad de las tinieblas navegables, tus hijos perdían la inocencia de la vida.