26 jul 2011

¡Maldita seas!

Foto real


(Basado en un hecho real)

Cinco años después de tener a tu primer hijo dabas al fin el sí, el anhelado sí que soñaste desde muy pequeña; eras apenas una muchachita cuando te embarcaste en el sexo, no te cuidaste, pero tú seguirías afirmando que sí, producto de tu nueva experiencia concebiste a tu primer niño y con el coraje de una mujer luchaste para tenerlo, tu alicaída familia te impuso el no, apenas tenías 15 añitos, pero remaste contra la fuerza opresora, era tuyo, y decidiste tenerlo a pesar de la censura familiar.

Volvías a pronunciar el sí para asegurarte de que era cierto, al frente lo tenías al juez, y a tu costado, al amor de tu vida, unos pasos más atrás, a la querida parentela y más atrás, al conserje. No dudabas de su amor, con hijito y todo, te quería, por eso te propuso matrimonio, no dudaste morocha, el sí que dijiste aquella vez era de mayor felicidad, pero hoy lograste hacerlo intenso, sí, hasta que la muerte nos separe.

Cinco años más tarde.

El frío madrugador no te motivaba a levantarte de la cama, forzosamente lo tenías que hacer, ya pisabas suelo, buscaste las pantuflas debajo de la cama, con dirección al baño te diste media vuelta, monga, ¿que tenías en la cabeza?, te ibas a bañar, sacaste tus sandalias del ropero y te fuiste a tomar una ducha caliente; el baño aún tenía ese aroma flatulento de tu marido, pobre de él, se tenía que levantar de madrugada para ir al puerto, a pesar de sus olores lo querías morocha.

Ahí estabas frente al espejo, todavía con unas gotitas en el rostro, te fijabas en tus glándulas mamarias, cómo habían crecido, sí, ya eras toda una madre, buscaste el sostén para levantarlas, aún eras joven y tenías que contribuir a aparentarlos, ya no solo era uno, eran tres preciosas criaturas más, te dio un poco de melancolía no haber podido seguir amamantando al último, tan solo le diste seis meses de lactancia y regresaste a las mañanas laboriosas.

Los llevaste al colegio y al de once meses lo dejaste en la guardería; a despachar en el supermercado, a sonreírle a los clientes, tenías con que, tu hermosa dentadura le sacaba brillo a las sonrisas ajenas que te devolvían, eras atenta y lo que más gustaba, hábil con las sumas y los vueltos.

En cinco años de mujer de, los habías pasado felices, llevabas una cierta monotonía, la cual no te hubiera gustado tener, preferías las aventuras y los riesgos, pero tu estado de mujer con cuatro hijos no te lo permitiría, tenías que darle seguridad a los chicos, querías ser la madre que te falto en casa, y del otro lado tenías un apoyo; no te ayudaba en atenderlos, menos bañarlos ni cambiarlos, pero si daba esa dirección ordenada en casa, la que tu padre nunca te dio, por eso lo consentías como a un hijo más, todavía seguías enamorada morocha.

Se aproximó a la caja, ella se adelanto a tu sonrisa, le devolviste un gesto amable y avergonzado, tenía la sonrisa más bonita que la tuya, te intimidó, 48 dólares con 50 centavos, viste sacar del bolso la billetera fucsia y como si hubieras presentido algo, fijaste la mirada al desdoblarse la billetera, no, ¡no podía ser él! Por el amor de Dios, ella se percato que te quedaste detenida en la fotografía, sumergieron sus celos y como si quisiera dejar constancia de que era suyo, te dijo, es mi novio.

Ipso facto te levantaste y te fuiste corriendo al baño, el vomito se te venía encima, una especie de melancolía repugnante, querías desfogar ese odio repulsivo y denigrante que sentías, mientras que tus lagrimas limpiaban el inodoro de todo lo sufrido, apareció la supervisora para llamarte la atención, ¡no puedes dejar al cliente a medio pagar!, ¿estás bien Laura? ¿Qué te pasa?

No podías negarlo, tu rostro palidecía, el soplo de tu vida te lo habían absorbido, saliste en busca de tus hijos; querrías enfrentar a ese desgraciado, ¿Qué te pasa mami?, ¡tu papá es un maldito!, el niño calló, mientras sus hermanitos no entendían, no era su padre biológico, pero desde que se casó con Laura asumió como tal, el motor del automóvil rugía con furia, si pudiera sentir las emociones, el ruido sería estrepitoso.

Aparcaste en la berma, cargaste al bebé en brazos, apenas los pequeñitos podían seguirte con sus pies, el mayor los ayudo a caminar, y la puerta se cerró con un fricción de dolor, los tumbaste en los sillones, hoy no habría almuerzo, las horas pasaron y pasaron, esperabas por él, llamaste a su trabajo, ¿tan ciega estabas?, te enteraste que su hora de salida era a las seis, él siempre llegaba pasado las ocho.

Tiraste el teléfono, las lágrimas sumergían de tu cuerpo oscuro, infectado del dolor y el odio, ¿Qué pensaste en ese momento?, cogiste las llaves del auto, Santiago ayuda a salir a tus hermanos, qué suban al carro, la bebe protestaba con sus lloros del hambre que sentía, no tuviste piedad, la postraste en el asiento delantero y diste marcha al motor enfurecido.

¿A dónde vamos mami?, ¡todos vamos a morir hoy cariño!, en desquiciada frase todavía mostrabas un gesto de ternura, te dirigiste al puerto, donde él ya no estaría. Sí, encolerizabas más sabiendo con quién podía estar, era más bonita y joven que tú, por eso te engañaba, ya eras una mujer acabada, tu marido ya no sentía pasión por ti; no medias tus actos, habías perdido la brújula del camino, ¿Qué estabas haciendo Laura?

Llegaste al embarcadero, el río te conduciría al atlántico, frenaste en el filo de la rampa, ¡ese maldito pendejo te las pagaría todas!, se arrepentiría toda su vida de haberse metido con otra. ¡No! La maldita era otra, sí, eras tú, así como tuviste a tu primer hijo porque era tuyo, pensabas que todos eran de tu propiedad; volviste a pensar en él y aceleraste con desesperación, el automóvil se introdujo en el río, los niños gritaban de miedo, los vidrios no apañaban el agua que se introducía en el vehículo, ¡maldita seas! Te sumergías al fondo del río, asesina infernal, y en la oscuridad de las tinieblas navegables, tus hijos perdían la inocencia de la vida.





19 jul 2011

El día que te hablé y no me acuerdo



- Mamá voy a salir sola.

Te observó de pies a cabeza niña, sí niña, para sus ojos siempre lo serás, pero ya eras toda una mujer, con esas caderas anchas y llamativas, con senos pequeños, genéticamente a la madre; tus labios, todavía sueño con esos labios y una ternura de inocencia en ese rostro canela.

Estabas lista para la calle, con un vestido corto y pegado, donde la figura del cuerpo daba ese molde de desnudez; no, no vino, te dejo plantada, ni llamada, ni siquiera un mensaje en el contestador, ¿Qué esperabas niña?, no iba aparecer, si lo seguirías esperando, la noche te sumergiría en el cansancio. Tomaste una decisión, marcharte, sí, sola.

Te vio partir en taxi de empresa, un rostro de preocupación, un cuídate de amor, ya lo andaba aceptando, tu primera salida en solitario, sin naipes que te acompañen al juego, tus agallas con pausas de timidez, ¿Quién no le teme al mundo el día de hoy?

Dejaste de pensar en él, no lo merecía, el abrigo largo y negro te acompañaba en esa cuadra de bullicio, donde los tacones altos desfilaban en losetas de piedra, las puertas invitaban a no pedir permiso para entrar, el viento tiritaba al compás del campanario, y antes de llegar a la esquina, desapareciste.

Te acercaste a la barra, misma película, te depositaste en un banquillo, ¿querías tequila?, preferiste una cerveza, el ritmo electrónico no te contagiaba, preferías la estética dureza de la lentitud, a paso de caracol, acariciabas la etiqueta de cusqueña; ¿soñabas? Sí, claro que sí, a tu izquierda había una mujer, el banquillo de la derecha andaba libre y tú ya te imaginabas ver a alguien ahí.

No al galán moderno y desvergonzado, ni querías verlo aparecer al que nunca llegó, mucho menos de los recuerdos de meses atrás, soñabas con el chico extraño que compacta con tu mente, el que te intrigaría en el pensamiento, el desconocido exacto, el del sello real.

Me acerco con aroma a mareado, ni siquiera intento sentarme en el banco, llamo al de la barra, ¿tienes cigarros?, ¿Cuánto están?, escucho el precio, le digo “no gracias”, volteo y te veo, te sonrió y te digo “¿están caros los cigarros no?” Y me marcho dejándote el olor que traía conmigo.





2 jul 2011

Tu frase

Foto tomada por ella


Hay frases que no deben ser leídas, hay otras que no te calzan en el tiempo exacto, hay otras que no ayudan y la tuya entristece.

La tuya entristece y tampoco la debí leer, mucho menos en días de tribulaciones y menos cuando necesito un abrazo.

Las últimas horas del día no han sido buenas, un coraje impotente ha querido derrumbarme, pensar que no puedo más, que no debo seguir, y que la ventana de mi tercer piso es mi puerta de embarque.

Y cuando siento que hay una esperanza que renace, que nada aún se ha perdido, que cuando amanezca será un nuevo día, y podré volver a ser fuerte, mantener la calma y dirigir el barco como el capitán que debo ser, el que abandonaría la nave en caso que todos hayan podido salvarse; entro al facebook y leo un mensaje, que sabe a despedida, a verdad, a mentira, que me sabe a ti y lo firmas tú.

Lo intentaste, siento que estos días sí lo intentaste, y que no puedes; y como termina tu frase “no soy para ti”.

Duele leerlo, claro que duele, uno se pregunta en que he fallado, que el cariño no es suficiente, que el querer no lo conjugas y el amar no lo has vocalizado. Vuelve a doler que prefieras a otros, esos que no te merecen pero que tienen el toque de hacerte sufrir, de angustiarte, de desplomarte, de pensar que el amor es un fracaso, pero si te vuelven a sonreír, ver que el amor florece de sus labios.

Prefieres a los interesantes, a los guapos, a los de buena voz, a los habilidosos con las manos, a los que tengan un rol de malo en película de colores, esos que te apasionan, que te quitan los pensamientos, los que te echan a perder varios días con cortinas negras, los que esperas que vuelvan en algunos años, sin tener en cuenta si tú serás la misma.

Del otro lado estoy yo, el demasiado bueno, mejor que los demás, por eso no te merezco, tú que te sientes pecadora y yo el muy católico, el complaciente, el que te dice cosas bonitas, el que te entretiene o el que llamas cuando no hay más a quien llamar.

El ranchero.

El que no te genera pasiones, el que busca la paz y tú ya quieres ser héroe, el que te hace reír, como guasón camuflado que se equivocó de palacio, el historiador, el consejero, el de la megalomanía gigantesca, el que alardea con los bolsillos vacios, el perfecto amigo, el que se gana tu confianza, el que arriesgaría no defraudarte, el que daría la vida por ti en un poema y quién sabe si en la vida real.

El gordo, el chato, el feo, al que le falta un poco para ser lo que todas ellas quieren, el hombre exacto; tal vez si fuera un poco distinto: alto, flaco, guapo, tendría el punto exacto de tu paladar, de tu gusto o harían la conjunción perfecta con lo que ya soy, y tal vez así no me soltarías, me querrías, me desearías, me buscarías o si quiera serías amable con el amor que te doy; no el duro roble que aparenta no tener sentimientos pero que por dentro es verde, esperando florecer en brazos del verdadero amor, ese que aparenta no ser yo.

La chica bella, la inocente, a la que le repetiría una y otra vez lo mismo, a la que quiere saber más de lo necesario, a la que no me cansaría de verla, por más que siempre me esquive la mirada, la del cabello orgullosa, la que se arregla cuando quiere, la ladrona de deseos, la que cuestiona y busca, a la de los labios sensuales, a la etcétera de versos infinitos.

Me dejas con las ganas de sacarte un beso, un te quiero, un aprecio; me dejas con la melancolía que pude ser más yo y tal vez quizás, un de repente.

Tal vez con los años, cuando lo superfluo no entre a tallar, podríamos conocernos mejor, sin embargo no sé si seguiré siendo el mismo.

Volvamos a la frase desgarradora, la que me quita una lagrima sin darme una moneda a cambio, y no la de “no soy para ti” sino la de “perdóname Javier”, la que también te duele, la que te disgusta, la que no te gustaría decir y sabes que no hay otra manera de decirlo.

Y así terminan unos días bellos, de llamadas, de esperas, de risas, de engreimientos, por mí también, de película a blanco y negro, de helados sin Venecia, de momentos agradables, de trabajos universitarios, de tu by by que lo detesto (confesión) y que lo voy a extrañar, de pendientes sin resolverse, sin adiós ni hasta pronto, porque vamos a seguir viéndonos y espero que no como dos extraños.

Y ya es hora de terminar, de volver a soñar, de recordar algo sencillo que me dijiste, “soñé contigo y seguro a ti te hubiera gustado el sueño” a veces me gusta Freud cuando dice que el subconsciente anhela tus deseos más ocultos, porque si lo fuera, yo no te estaría escribiendo esto.




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