24 dic 2011

Un regalo de navidad


Aún recuerdo la desilusión de aquel día, sí ese día, marchaste por mi puerta para nunca volver; dolió más verte en tu negativa de no reconocer tu acto, que tu despedida con sabor a mentira.

Mentira porque tres años y un poquito más de nuevo estaba contigo, a solas, en la sala de tu casa, como la primera vez que me enamore de ti, un domingo que no debes acordarte; esperabas nuestro encuentro, no sé desde cuando, quizás a las horas que marchaste esa tarde de octubre de tres años atrás, tanto así que viendo mi demora decidiste llamarme y saber si iría, excusando mi demora te dije que ya iba y así fue.

Me había olvidado de los sucesos posteriores a la despedida de aquel octubre, los que han llegado a ocasionar que me encuentre de nuevo contigo, a solas, frente a frente, viéndote al detalle, buscando algún indicio que responda a mi intriga, ¿por qué me gustas tanto?. Ese “tanto” que no solo es lo físico, porque es indudable que tienes lo tuyo, ese “tanto” de quererte cariñosamente con amor, aunque fríamente tal vez no lo merezcas.

Y haciendo el análisis, yo nunca me despegue del todo de ti, en los tres años sin sabernos, algún mensaje recibiste de mi parte, por tu cumpleaños o porque era inevitable no mandarte el poema que me inspiraste, sintiéndome deudor de las regalías que me han dado esos poemas y que no es dinero.

Pero esos no son los hechos posteriores que confabularon a nuestro encuentro, en cierta medida fueron tus iniciativas, que con temor a rechazo un día decidiste agregarme al facebook y al otro hablarme concluyendo que querías verme para decirme perdón.

Yo no supe del todo afrontar esa situación, ni pensé que lo harías ni me vi reaccionando de alguna manera, así que los meses volvieron a pasar con un par de conversaciones de por medio, hasta que un día me decidí llamarte y al otro visitarte, y ya ves, aquí estoy, diciéndote que habían cambiado de posición al sillón y tu diciéndome que no eran los mismos.

Hablamos de todo un poco, un formalismo general de antiguos conocidos; de todo lo que te dije me quedo con que “no sirve hablar mucho de Jesús si no practicas lo que Jesús nos entrego”; no sé que me llevó de nuevo a ti, o tal vez no quiero reconocer que quería escuchar sanar con tus labios la herida que me dejaste hace tres años.

Cierto es que nunca me di cuenta en verdad porque los dos estábamos otra vez, tú querías emendar tu error, pacificar tu conciencia, gritar perdón. Yo también he errado, a veces no duermo tranquilo y me sabe a santificación saber perdonar.

En cierta medida el estar ahí contigo ya era un acto de perdón, que mi ser actuó sin razonar, conllevo a que es la fuerza humana que no se sirve de motivos para quererse reconciliar, y ahí estaba yo, tácitamente perdonándote.

No me di cuenta que tú tenías necesidad de manifestármelo, de decírmelo, de pronunciarlo. Desde que entre al salón tu cuerpo te pedía que lo hagas y si fuera más detallista me hubiera percatado, no me fije del simbolismo que traías en la mano, el cual fue causante de nuestra lejanía, ¿lo tenías agarrando desde el inicio?; fue así que te paraste, con un poco de miedo y con mucho de valor, buscaste mi lado, te sentaste en mi mirada y lo pronunciaste “perdóname” y me entregaste el simbolismo, con humedad a tu sudor, con amor de reconciliación, me fue necesario aceptarlo y decirte sí, te perdono.

Un abrazo largo y silencioso fue el símbolo de reconciliación, ese que el Señor nos pide siempre, el que rompe las ataduras, las mentiras, las excusas, los sentimientos frívolos, el que convierte en fantasma al resentimiento, el que nos trae paz de olvido, el que ata el lazo sanguíneo de que todos somos hermanos, porque tenemos necesidad de, de sabernos amados, perdonados, reconciliados.

Porque navidad es un motivo de esperanza al amor, porque el mejor regalo es saber que tú y yo, por más que sé que no volveremos a ser los mismos, que nuestras visitas serán esporádicas a la casualidad, que mi pasión por ti se contrapone a que mi corazón ya tiene mujer, que tu cariño fue siempre distinto al mío; nos vemos al fin en paz, con tranquilidad, con cariño, con sabernos amigos a la verdad de la reconciliación (que no lo cambio por ningún otro regalo). Aprendamos a perdonar y ser perdonados en la verisimilitud que la profundidad del ser nos pide, ¡Feliz Navidad!



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