26 jun 2013

Mi departamento (parte IV)

Aún llevo el peinado de ayer, bueno al menos en estructura, se forman mechones gruesos, a manera de tanas, la parte izquierda con un incipiente cacho y sin descontar el remolino que llevo atrás, me ha gustado, si, me ha gustado el peinado de ayer, aunque en realidad siempre es el mismo o al menos eso quiero conseguir, pero no siempre es el mismo en sí; hay algunos factores: como la grasa del cabello, mientras más grasoso menos esponjoso y más difícil posicionarlo, el crecimiento también influye, el tamaño de ayer no es el mismo al de hoy a menos que contengas una incipiente calvicie, que de momento, todavía no. Pero sobre todo es la actitud con la que despiertas, la cual la demuestras en tu peinado, esa forma estética que te lleva a bien o te asienta más feo.
Quedarme detenido en el espejo, con el reflejo de un rostro trasnochado, mal dormido y un tanto alcoholizado; no más.
Odio no tener un rehidratante a lado, es más que tedioso esforzarte a bajar las escaleras, caminar con el sol del mediodía y pedirle al que despecha lo más frío que tenga; pero peor es no atreverte a salir como estas, en piyama, con pinta de recién levantado y con la apariencia de que ayer estuvo buena, por eso trato de echarme un poco de agua, mejorar en algo el peinado de ayer, ponerme un buzo que aparente distinto a los ojos de los demás y ponerme las zapatillas sin medias, porque al rato vuelvo y no merece ensuciar unas limpias; pero lo que sí es execrable es llegar a la tiendita de siempre y encontrarte con que no hay ninguna bebida fría porque el congelador anda desenchufado, ¡Maldita sea!
Ver el reloj de la cocina, de contorno rojo oscuro y amarillo por dentro, mi primo se lo trajo a mi abuela en uno de sus intercambios estudiantiles de Alemania o al menos yo me quede con esa idea; haciendo hora, esperando a que el rehidratante enfrié y sea bebible, no van ni cinco minutos y ya quiero desenroscar y hacerme de aguas corazón.
De momentos me viene la palpitación punzante en el cerebro, la que me indica el malestar pos borrachera, ha quedado unas gotitas azules en la botella de plástico un tanto maltrecha por la fuerza de mi mano al empujarme todo el líquido que podía extraer para mis adentros y no me ha calmado.
Me tiendo en el sillón con el cuerpo más desparramado de lo que yo creía estar, dije no más mezclas, pero el ron, pisco y cervezas confabularon cada uno en su turno y ahora me veo medio trizas, medio impar, medio enfermo. Prendo el televisor, me quedo echándole ojo a una repetición del Abierto de Australia, no puedo con las repeticiones en los deportes, es distinto ver una competencia en vivo, en el mismo momento que se realiza a ver una repetida por más que no sepas el resultado, es distinto en las películas, tienen esa magia de verlas una y otra vez, no con todas, pero las hay, sin embargo, ando tan moribundo que no objeto la repetición del tenis y ahí estoy, viendo la pelota verde pasar, pasar y pasar.
¿Quién carajo toca el intercomunicador? Suena con insistencia, como pidiendo ayuda, preferiría no levantarme, hacerme de los oídos sordos, no estoy para atender a nadie, pero lo tengo tan cerca y el timbre suena tan seguro, no parece ser uno de esos vendedores de mil herramientas para el hogar que nunca compro, por más que tal vez necesite alguna.
-          ¡Mario! Al fin contestas hombre, estoy que te llamo al celular y dale con que deje su mensaje –me dice Lucho.
-          Lucho, que manera de joder la tuya, ¿ahora qué quieres?
-          ¿Cómo que quiero? Un cebichito para cortarla, abre la puerta, que de seguro te demoras como una reina para alistarte.
Era por gusto demorar más la situación o denegarme a su petición, Lucho era así, insistente a más no poder, cuando se le metía algo a la cabeza tenía que conseguirlo, aunque le cueste tiempo y dedicación, muy contrario a mí, apreté el botón para que la puerta de abajo se abra y en cuestión de segundos Lucho ya estaba en mi tercer piso.
-          No puedes vivir más abajo, estas graditas me matan, ¿tienes agua? Invítame un poco.
Lucho no esperó mi respuesta, fue a la cocina, agarró un vaso, se sirvió el agua de una botella y me reclamó que no tuviera nada para comer y de la misma manera salió con un pan con queso en la boca.
-          ¿Carajo sigues ahí? Corre báñate de una vez por el amor de Dios – me increpó.
Con la pesadumbre de mi cuerpo acallado me levanté en dirección al baño, abrí la puerta, me desnudé y cayó el agua fría en mi cabeza, es estabilizadora en momentos como éste. Pero hay otros días, sobre todo en las madrugadas de las seis, cuando el ambiente recién empieza a tomar otro panorama y se va tibiamente calentando, que esperas a que caiga el agua más caliente, la que choca a tu cuerpo y sale el vapor que empaña el espejo.
Fue en ese preciso momento, cuando el agua había acaparado la totalidad de la piel, que me vinieron las palabras de Lucho, mi celular estaba apagado, intuí que la batería se había terminado, estos aparatos mientras más tecnológicos solo duran horas. Y sí, como chispazo neuronal, me vino Cecilia, su llamada de ayer, mi indiferencia revanchista y su urgencia de verme en ese momento. ¿Habrá vuelto a llamar? ¿Habrá dejado algún mensaje?, es cierto, no la escuchaba bien, no era una excusa con aroma a mentira, pero si pude extraer que teníamos una cita en el Zodiaco y de suma urgencia.
-          Apura – Lucho golpea la puerta con insistencia.
Tengo la costumbre de demorarme en la ducha por más que el tiempo insista en que estoy tarde, salí con mi toalla amarilla amarrada a la cintura, me dirigí a mi habitación y en cuestión de minutos estaba moribundamente listo.
El trayecto fue una mierda, no lo podría describir mejor, por dos motivos, al sentarme en el vehículo bombo parlante de Lucho, sí, esa maldita costumbre de demostrarle al mundo que a él le gusta la música, la bulla, el escándalo. No paraba de retumbar mi cerebro con la combinación del movimiento: el freno, el volver a avanzar, el parar, el doblar a la izquierda; mi estomago había enrumbado en un posible vomito, hice el gesto de arquear mi ser, ya casi se me salía el lamento de ayer y lo único que recibí de mi amigo fueron dos afirmativas palabras: ¡este huevón!
El segundo motivo, me dolía más, aunque mi malestar no era un dolor en sí, es una especie de querer desaparecer del mundo hasta sentirte bien pero sabes que al rato o muy al rato va a pasar. Sigamos, me dolía no haber cargado mi celular, con la premura e insistencia de Lucho por salir al reparador pescado bañado en limón con sus tres, tres cervezas bien heladas. Más que un dolor era un lamento curioso, quería saber si Cecilia había vuelto a llamar o me había dejado un mensaje, eso, un mensaje, quería escuchar su vos, su reproche por no haber asistido, tal vez se le salió un insulto o me definió como un simple idiota que no sabía a quién me perdía con ese desplante.

Llegamos a la cebichería “El pirata cojo”, andaba abarrotada de personas, el mozo con unas señas nos indico una mesita al fondo, muy al fondo, la menos posicionada del local, la más vieja también, la reprochada por todos y justa para nosotros. El mareo ya había bajado, aún sentía revolcar mi estomago pero en menor grado, en cuestión de minutos me fui normalizando, llegaron las cervezas, el cebiche de pescado y ya nos veíamos pidiendo canchita otra vez.
Lucho me hizo unas señas con la mirada, en la mesa de al frente habían tres chicas, mira que buena esta la morena, matadora. A las justas posé la mirada en ella cuando divise dos mesas más atrás a Cecilia, ¿es ella?, me la quede viendo durante varios segundos, andaba de perfil, su rostro de color blanco crepe que le daba esa tonalidad perfecta, no tenía una nariz respingada pero era el punto exacto para su rostro, su cabello castaño claro,  los ojos no se llegaban a notar bien pero sus labios, sus labios me dejaron dudas, eran delgaditos, adentrados a la boca.
-          ¿Qué miras? ¿no me digas que te gustan ahora las maduritas? – resonó Lucho.
-          Creo que es de la chica que te conté.
-          ¿Cómo que crees? ¿es o no es?
-          Tengo mis dudas, solo la he visto una vez en mi vida.
-          ¿Cómo que una vez? ¡No jodas hombre! –prosiguió Lucho- me estás diciendo que andas interesada en una cuarentona que solo la has visto una vez en tu vida, no está mal, pero ni siquiera sabes que se trae.
Recuerdo sus labios, mejor dicho su sonrisa, esa que me regaló apenas abrí la puerta del departamento en alquiler, claro que no podía ser ella, no se ajustaban sus labios a tan hermosa mueca que me hizo, no eran demasiados carnosos pero eran más gruesos y rosados, no blanquecinos y delgados como esta Cecilia que intento ver.
Igual me la quede viendo todo el rato, no deje de posar mi mirada a esa mesa, tanto, que una de la chicas de la mesa de al frente se puso nerviosa, pensaba que le dirigía la mirada a ella pero esta vez andaba equivocada.
-          ¿Por qué no te paras y vas a saludarla? – arremetió Lucho.
-          Estás loco, ni siquiera sé si es ella, ¿para qué voy a ir?, además mira, parece que esta con su esposo.
-          Excusas, ni aunque sea Gaby la que estuviera en esa mesa te pararías.
-          Con Gaby es distinto.
Lucho estaba en lo cierto, tenía una deficiencia, no sabía encarar, me era dificultoso mostrarme ante una persona, tal vez por ahí se va el amor de mi vida y yo solo asiente en decirle chau; era una especie de tímido con miedo al ridículo.
No sé en qué momento se fue la supuesta Cecilia, pero cuando volví a posar la mirada ya estaba el mozo pasando el trapo y agitando el limpiador.
Más que nunca la curiosidad me absorbía, quería pedir la cuenta, coger un taxi, llegar a mi casa, cargar el celular y escuchar el buzón de voz. Llegué a la conclusión que la chica que se parecía a Cecilia no podía ser ella, aunque dudo también que me haya visto en algún momento, tal vez si se fijaba en mí podía notar si había una expresión admirativa en ella; igual no la vi del todo, los rostros tienden a cambiar, no es lo mismo un rostro entero a un medio rostro, el perfil tiende a engañar, te puede parecer atrayente alguien y cuando voltea del todo ya dejó de serlo.
Cuando andas pensando en alguien, cuando ese pensamiento se vuelve constante y fuerte es común encontrártelo en sueños o encontrar en otros rostros el rostro de ese alguien, en el caminar, en la anatomía de espaldas, en la cercanía de las gafas oscuras, puede ser, tal vez lo sea o anheles que sí.
Apuré con el plato de cebiche, me induje mote y camote de un bocado, dando marcha atrás al abultado picadillo de cebolla, con la cuchara metí pescado bañado en leche de tigre y en un dos por tres ya estaba terminando el último vaso de cerveza.
Esperé a que Lucho terminará y hasta le objete que comía lento, rara contradicción, me preguntó si pedíamos un par de cervezas más, negué con la cabeza con una mueca de ya no dar más; subimos a su carro, enrumbamos por la av. Belaunde, debimos voltear y entrar a la Ejército, sorpresivamente seguimos de frente por la av. Cayma; claro que me urgía llegar a mi casa, lo ansiaba más que nada en el mundo, Cecilia me debía necesitar aún, ya no podía esperar más, sin embargo, Lucho ya me tenía preparado otros planes.

9 jun 2013

Salir de ti


Y qué si te marchas
Cuando ya no doy más
Y si hay amor
Que se quede donde está

Si vuelves mañana
Ya no te sientas tan segura
Tal vez siga aquí
O no me vuelva a mover

Y voy a llorar sin más
De tristeza partiré
Sin la tortura que me das
Mejor así, infeliz.

No te lo puedo asegurar
Pueda que te rías
Y susurres a la vez
“De mi no te puedes alejar”


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