Hay días tristes, como el de hoy, que abro la puerta y
desciendo las gradas, y en cada escalón que voy dejando viene otro más penoso
pero pronto los voy dejando a todos y voy caminando en dirección al carro, saco
la llave, presiono el contacto y no sé que me da que lo vuelvo a presionar para
cerrarlo, hay días raros, que decides irte caminando.
Ya es invierno, no siento que el frío me arrope del todo, no
traigo la cabeza en los sentidos, será por eso que no me sujeta del todo,
pienso en otra cosa, tal vez en una persona, tal vez sea mujer. Observo que
alguien me sobrepasa y en cuestión de segundos ya me va sacando unos metros
considerables, parece de 40, vestido de terno, melena negra y espalda ancha,
unas orejas sobresalientes , como de tacita de té. Alguien viene de frente con
paso pausado, es mujer, señora de baja estatura, con el cabello corto, muy
pegado a la nuca, con ese rostro de vertientes bien vividas, mirada baja que la
levanta para verme y la quita sin que no hubiera visto nada, un transeúnte más.
Llego a la esquina, me detengo a ver los coches, no hay
nada, voy cruzando y alguien parece rozarme, un muchacho apresurado que ni
voltea y sigue su paso, yo voy tranquilo, sin tener hora de llegada pero
debería apurarme un poquito más, en verdad ya se va haciendo tarde.
El mundo gira y todo con ello, este espacio que ocupo, esta
calzada que piso, no le hago ninguna falta, si no vuelvo mañana por acá le dará
igual, es como la muerte, que no detiene el mundo, por más que todos nos vayamos
con ella, seguirá su marcha. La abuela se fue hace años, nos dejo un gran vacío
y los buenos momentos, pero no es más que un recuerdo para los deudos, tal vez
constante para los más cercanos casi imperceptible para los que alguna vez la
conocieron, buena tipa la vieja.
Voy ingresando a la Av. Ejercito, ese lupanar concentrado de
tortugas metálicas, que te inquieta con las bocinas de los más desesperados,
con el humo descarado de los más desfogados, con el egoísmo truncado de los
peruanos, voy primero, siempre primero. Me acerco a la carretilla de la esquina
por un par de cigarros, joven ya no están 50, 80 céntimos valen, lo pago
dubitativamente.
Se van cerrando las ultimas persianas en el ambiente,
bienvenida la noche, voy pasando la Clínica Arequipa en dirección al puente
Grau, me cruzo con Erika, amiga de la universidad, y un gesto de poner cara
contenta y unas palabras amables que me salen al saludarla, todo bien, todo
bien, sí, que bueno, porque no se puede decir que uno andan mal, tonta política
de humanos.
Hay personas que vas dejando atrás, como Erika, que ya pasó
y quien sabe cuando la vuelva a ver, pero hay otras personas que has dejado
atrás: los amigos que viajaron y siguen viajando, las amigas que no son más tus
amigas, las ex novias que ya no son más, las personas que un día murieron sin
darse cuenta. El aire frívolo del puente me abraza y me viene las gotas del
recuerdo, de todo un poco, como sirvieran de algo.
Voy dejando el puente, se acumulan un montón de personas
para cruzar, ¡hay que meterse! Porque no hay carro que nos dé pase. Y te voy
viendo, en dirección contraria, con el otro cumulo de gente al cruzar, me
regalas una sonrisa, no sé si quedarme a media pista o seguir, no sé si
volverme contigo ¿dime qué hago?
Me jalas de la chompa, ven que te pisan tonto, milagro que
estas sin el carro, es bueno que camines; “llegando a casa justo pensaba
llamarte” no sé si lo dices por cortesía o porque de verdad lo ibas hacer,
siempre me entran las dudas contigo, me alegro, claro que me pone contento pero
me hago el desinteresado. Hay días tristes, como el de hoy, que son tan de
tristeza subjetiva, de esa que no perdura en el alma, que no daña el verdadero
sentir del ser, hay días tristes, como el de hoy, que se me quitan con verte.