30 nov 2010

El sueño del celta



Después de tantas cavilaciones, se me ocurrió, enrumbar a mi antigua casa, una zona distante, solitaria, sin vecinos y con una primordial vista panorámica de la ciudad.


Al llegar, la calle estaba tan vacía como siempre, un cumulo de basura se arrinconaba en la berma, una lógica física me concluye a determinar que hay algo en el ambiente que hace amontonar basura frente a la calzada de mi antigua casa; estaciono frente al portón negro con aparente oxidación, descendemos de mi vehículo, un Nissan Sentra Clásico del 96, y ya nos vemos en la sala semivacía conversando, preparándonos algún licor, bailando lo poco bailable que se encuentra en mi computador portátil, soltando risas y comentarios desatinados (eso viene por parte mía), y después de tantas indecisiones, tantas idas y venidas, asientos y salidas, concluimos que acertamos con mi ocurrencia.


Al salir, ahí lo veo, inestable, medio bailable, manteniendo un equilibrio insospechado, ¡claro que lo veo! Mi Nissan del 96 con dos neumáticos menos, encolerizo de un momento a otro, me sumerjo en una risa interrogativa ¿la fiebre del caucho en pleno siglo XXI?, acá no hay leopoldos, ni Force Publique, ni capataces, ni chicotes, ni látigos, ni congós, ni amazonas; lo que acá hay son ¡rateros!


Y ya me veo, en la mañana, yendo a uno de esos mercadillos informales, recomprando “mis” neumáticos, pagando el valor agregado a un objeto de mi pertenencia, que fue hurtado de momento.


¿Me siento estafado? Ahora me pregunto cómo se sintieron esos caciques de las tribus del Congo, les llevaron regalos y les ofrecieron civilización, comercio y cristianismo, ellos firmaron sin saber leer ni escribir, pero un aspa era suficiente para hacerla valer por firma y así los de la Force Publique se valieron de un simple papel, adquiriendo derechos inexistentes para abusar de los pobres “caníbales”; cómo se sintieron esos nativos del amazonas que se endeudaban por adquirir objetos “civilizados” al quíntuple de su valor original, por eso tenían que servir a la “Casa Arana” hasta cancelar su supuesta deuda.


La codicia del hombre es capaz de alterar una naturaleza incipientemente buena, con los años su ser se vuelve egoísta y es capaz de las peores maldades con tal de conseguir poder y riqueza, y una fuente de riqueza era el caucho, que mejor que conseguirlo con unos seres incivilizados y paganos, que podrían ser maltratados, esclavizados, mutilados sin costo alguno; imponerles el miedo y el terror con armas y torturas “civilizadas” era el progreso.


¿A quién se le ocurriría denunciar este progreso civilizado? Sólo un ser novelesco sería capaz de oponerse a la civilización, Roger Casement, británico y protestante, tuvo el coraje de vivir y viajar por esas tierras inhóspitas, acostumbrándose al clima selvático, de padecer enfermedades que iba adquiriendo y luchando con las que ya traía, de aguantar tanta barbarie y no voltear la mirada, de recomponerse de lo que psicológicamente era imposible, y sobre todo, de denunciar las atrocidades que se perpetraban en el Congo y la Amazonia, de redactar informes que dieran alguna esperanza a los esclavizados indígenas.


Roger Casement, irlandés y católico, él también era un esclavo de la corona británica, sin duda, una esclavitud más civilizada, porque no solo se necesita de barbaries inhumanas para darse cuenta de la prisión donde vives, sus hazañas por el mundo no solo le regalaron reconocimiento sino que también le regalaron ansias de “libertad”.


Murió ahorcado, un ser que lucho por los demás, tuvo errores y aciertos, quizá murió héroe o villano, tan solo sé que Vargas Llosa me regalo una novela que me hizo conocer a un humano imperfecto y bueno, me hizo envidiar a un irlandés y católico. Murió sin saber que su patria sería libre pocos años después, pero quizá él era de esas personas que se tenían que sacrificar para que algo empiece andar; bien se lo dijo el joven Plunkett: “Hay algo que usted no ha entendido, me parece. No se trata de ganar. Claro que vamos a perder esa batalla. Se trata de durar. De resistir. Días, semanas. Y de morir de tal manera que nuestra muerte y nuestra sangre multipliquen el patriotismo de los irlandeses hasta volverlo una fuerza irresistible. Se trata de que, por cada uno de los que muramos, nazcan cien revolucionarios. ¿No ocurrió así con el cristianismo?”.

Al regresar, en mi Nissan del 96, con mis llantas nuevamente adquiridas, me para un policía, se me acerca y me pide mi permiso de lunas polarizadas, le digo que no tengo, haber enséñeme sus documentos, tampoco tengo jefe.





9 nov 2010

¡Maldito seas!



Basado en un hecho real y reciente.

Se quedo detenidamente observándose, la luz se impregnaba en el espejo, luz blanca que con el reflejo le hacía cerrar la vista por momentos, los volvía a abrir para contemplarse, le gustaba verse, era joven, con un cuerpo simétrico, se volvía a ver y sonreía de ella misma, lo sabía, era linda.

Era un aproximado a las once, la bulla era mínima, a ella le tranquilizaba la noche, como si el mundo se introdujera en un manto negro, guardando luto, acallando sus vertidos sonidos, haciendo de la noche silenciosa un pésame de paz. Por momentos se escuchaba un acelerar distante, rara vez un refrenar brusco, nada de claxon irritantes a la vida, ¿quién lo hace entender al hombre en su crispar por acelerar?, sin embargo, no veía la hora de subirse en uno de esos taxis, verse reflejada en el ventanal y sacarse nuevamente una sonrisa; no por eso deseaba el avanzar del minutero, era él, mañana lo volvería a ver, no solo sentir su ronca voz como hace minutos, era gruesa, por momentos grotesca, se atragantaba a ratos, pero el amor era más fuerte que su hablar, se amaban y hasta por momentos a ella le parecía sensual su voz, le gustaba escucharlo pero más acariciarlo, sentir sus brazos, su protección, por eso no veía la hora de subir a un taxi para verlo de cerca y darse cuenta que había un gusto mayor al de contemplarse en el espejo, era él.

La puerta se abrió lentamente, apareció una figura degenerativa, cabellera rubia, tez blanca, ojos verdes y el contraste, mirada rencorosa, enfermiza, colérica, propia de un ser maldito; ella se quedo inmóvil, asombrada, perturbada, el maldito se acerco, la sujeto de los brazos, la lanzo contra el espejo y se escucho el quebrar de su rostro, de su cuerpo y el manchar rojo de su alma.

Se vio sujetada cuando volvió en sí, le punzaba la piel, los pedazos de vidrios le resquebrajaban la carne, percibía el dolor latente en su cuerpo, quería movilizarse, desplegar sus dedos en su rostro, en sus brazos, acariciarse los pechos, tocarse el vientre, una fuerza lo impedía, al punto de no sentir sus manos, sus pies, estaba sujetada en el camastro, sintiendo el estirar de sus extremidades.

Lloraba de miedo, desesperación, dolor, ¿Quién eres? ¿Por qué me haces esto?, quería decírselo, el esparadrapo se lo impedía, silenciaba su sufrir, su queja, su reclamo, y en el fondo, quería implorar piedad, misericordia, perdón.

El maldito agarro pedazos de vidrio, se acerco a una de sus manos, blancas, suaves, pequeñas, e introdujo pedazo por pedazo a cada yema, con tirana fuerza, dedo por dedo, lento, despacio, como si tuviera toda la noche por delante, ¡ya no más por favor! ¡Te lo pido! ¡No más! ¡Ya no más!, el maldito apenas escuchaba unos confusos ruidos de la boca delineante, de esos labios pequeños y rosados, de esa boquita bonita de niña; el maldito se reía, gozaba viendo la cara mojada de lagrimas, el rostro que se partía de dolor, esa mirada de sufrimiento pidiendo clemencia, el maldito veía como su badajo se endurecía de placer, su aliento excitado se percibía en el ambiente ¡era un maldito enfermo!

Ella en su agonía percibió un ruido, ¿mi madre? ¿Mi hermana? ¿Qué era de ellas? No, no solo era uno el maldito, eran más, ¿Qué les estarían haciendo? ¡Papá! ¿Dónde estás? Me gustaría que estuvieras aquí, ¡papá!; sintió una penetración en su muslo, un objeto metálico se introducía misericordiosamente hasta chocar con el húmero, el maldito tuvo que inclinarse para generar más potencia, era duro el hueso, le costó esfuerzo introducirlo; ella sentía resquebrajar sus entrañas, partir su alma, ¡basta por favor!

Volvió en sí otra vez, sus nervios estaban anestesiados, ya no sentía dolor, “al fin” escucho oír, era el maldito, seguía ahí, no se había ido, de pronto escucho una voz que decía ¡Steven! El maldito levanto la cabeza ¡Steven! Y desapareció de la habitación; ella percibió el amanecer, la luz, la esperanza, el calor de sus brazos, su ternura, ya todo acabaría –se dijo; soñaba con un vaso de agua que le refresquen los labios, quería su boca libre, aunque ya ni sentía ese trapo babeado de sus entrañas, deliraba con el agua cuando empezó a sentir un liquido sobre su piel, ¡por fin agua! –se dijo, llego a abrir los ojos y lo vio de nuevo a él, le cayó un liquido en su mirada que se la hizo arder, aún podía percibir el dolor.

Las llamas empezaron a carbonizar esa carne que perdía su simetría, su color, su belleza, ya nunca podría ser tomada en brazos; el maldito la vio por última vez, hervía de placer, caminó hasta la puerta, se deslizo por ella y la puerta se cerró lentamente, apaciblemente.





2 nov 2010

La que me sonríe al verme


La que me sonríe al verme, la que se baña sin sirenas, la que me dice tú también, mi mirada la pierde y a los meses vuelve para perderse en mi mirada, a la que llamo por teléfono y me pide que lo haga mañana, también mañana y empiezo a no hacerle caso cuando debiera, la que un día me llama y en mucho tiempo no lo hará, la que me pide que me siente a su lado y maldita sea que no me guste el suelo, la que ni se debe acordar de ello, la que me ve en la plaza y ni se inmuta, la que me escucha hablar groserías, la que un día me habla de la historia de la psicología ¿o era sociología?, a la que marcaba en mi calendario, hoy día te vi y los restantes no, a la que le llevo regalos y me sale con que tiene que salir con su amiga Charito, y ya voy perdiendo la ilación de los hechos, olvidos que se relacionan contigo, la que me pide que la llame, y yo llamo a Francia y pregunto por ti, ¿te lo digo?, mi madre y Rosario me miran, está bien, “te quiero” aunque suene bajito y parezca distante, el que se despierta a las cinco y después padezca el “jet lag” aunque siga en el mismo sitio, todo tiene sentido cuando tú estas en invierno y yo aparento vivir lo mismo.

La que no aguanta más, es incomodo lo nuestro, la que se hace la sorprendida, quizás en verdad lo está, gracias por el dinero, se lo devolveré a todos los niños del mundo, la que se alegra por las rosas que te dan la bienvenida, la que un día me habla, la que se excusa en el casete que le regalé y ahora lo quiere de vuelta, la que me ve y ratifica que no volverá hacerlo, cansado de tu no puedo sinónimo del quiero, firmo el pacto de alejarme de ti aunque ni tú te sientas feliz por las últimas líneas que te escribo, el que llora en brazos de otra por tener el alma en vilo, llámese corazón partido; la que un día me encuentra en el colectivo y me pide que la desbloquee, pero ni siquiera te tengo, ¿duele no?; y un día de esos la admito y la vuelvo admitir, volviendo a ser parte de mí, maldita manía de hacerme sufrir, y ya te veo cenando conmigo, llevándote gustitos a media noche, preparándonos desayunos a mediodía, buscándome sin previo aviso, reventándome con timbradas, me olvide el celular al propósito, no te enojas, no te importa, igual vuelves, como si fuera parte de ti.

La que me pide más dinero, tu gusto por ayudar a los niños del mundo, la que se lleva mis películas de colección, ¿por qué no las ves conmigo?, la que le pide a la Virgencita por mi bienestar y le dice que me bendiga por hacerla feliz, la Virgencita vela por mi bienestar dándome indicios para alejarme de ti, eres culpable, sin embargo, te nombras juez y parte, te declaras inocente y yo soy un insolente por tremenda calaña, estas ofendida, mira mejor tus compañías, te levantas de la mesa y me tiras la puerta.

Llega el mes de octubre, dos años después de aquel 17, se me ocurre mandarte un poema, lo remites, el Cristo morado es milagroso, te declaras culpable a grandes rasgos, lo generalizas con un perdón y tienes la caracolada de terminar diciéndome que: Y si juraste eternamente el haberme perdido, mantente firme en tu "juramento" pero como ser humano, creo que puedes ser voluble y darte la oportunidad de volver a sonreír con mi amistad.
Recuerda que "El perdón cae como lluvia suave desde el cielo a la tierra. Es dos veces bendito; bendice al que lo da y al que lo recibe".


Y concluyo diciéndote, con toda la sinceridad del mundo,

¡Eres una mierda!



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