Para Armando R. porque hay muchos como él, creen pero no profesan.
Me he parado en una esquina del puente Grau, cerca de un puesto de periódicos, la gente se detiene a observar los titulares, los hay de todo tipo, los científicos inexplicables, agujeros se tragan el agua del mar, los de asesinatos amorosos, abuelo mata a jovencita por celos y dos días después se pega un tiro, las calatas escandalosas, de ellas no daré mayor detalle y sobre todo abundan los titulares políticos, ex presidente dice no ser alcohólico pero diariamente desaparecían dos botellas de whisky de palacio.
Volteo la mirada para apoyarme en el muro del puente, otrora de color blanco, las manchas de suciedad lo vuelven un amarillo opaco, marcado por el humo negro que salen de esas combis degradantes, esas que al empezar el día no son víctimas de un trapito mojado por los asientos ni de un escobillón por el suelo, esas en las que la ciudadanía tiene que acomodarse porque al fondo siempre hay sitio, esas que no respetan velocidades ni saben de educación, ahí las veo luchando por conseguir un pasajero porque tampoco saben esperar. Me apoyo al muro del puente y mi olfato percibe ese olor hediondo de orín humano, nuestras calles convertidas en baños, ya sé porque me dijeron que los peruanos somos los únicos que meamos en nuestra propia patria; nuestras calles convertidas en basureros, acabo de percibir un chicle derretido en la suela de mi zapato y me pregunto ¿a quién no le ha pasado?
La gente que pasa detiene su mirada más arriba de mi cabeza, veo esas miradas detrás de esas ventanas sucias y cerradas ¿acaso no hará calor ahí adentro?, una brisa acaricia mi rostro sudoroso, ese que cada día tiene más sequias por donde el sudor transcurre, llámese vejez. Veo otras miradas que antes de pasar por mi lado le echan también una mirada más arriba de mi cabeza, ¿acaso traigo una manzana?; mis manos agarran fuerte el palo que el viento agita, mis brazos ya se están incomodando de tener la posición manos arriba y arriba de mi cabeza está el letrero que trae el afiche de mi candidato presidencial, algunos lo ven con disgusto, otros ni se inmutan y otros afirman con su mirada: ¡estamos contigo PPK!
También veo pasar a un par de amigos que al momento de verme me han retirado su saludo, quizás ya no lo somos, quizás no me han reconocido, aunque concluyo que tienen vergüenza de mí, me ven como un simple repartidor de volantes y su estatus no les permite tener amigos así, aunque ellos también voten por el mismo candidato.
Y yo me veo ahí con mi cartel y mis volantes, tratando de contribuir con mi candidato presidencial, porque a mí nadie me ha pagado por hacerlo; no puedo negar que en campañas presidenciales los trabajos remunerados aumentan, que quizás los votos se compren por un kilo de arroz o por objetos detallistas y a la vez insignificantes, cajitas de fósforos, lapiceros, llaveros, polos y gorros pero a mí no me han comprado mi voto ni me han pagado por conseguir otros.
En estos años de vida he visto desperdiciarse buenos candidatos, un Vargas Llosa perdió por decir la verdad, a un Pérez de Cuellar no le basto con ser Secretario General de la ONU, una Flores Nano no pudo contra el peor gobierno peruano de todos los tiempos y su dotado orador. Y hoy veo desperdiciarse a uno más, quizás su condena sea tener aspecto de gringo ¿pero acaso no es peruano? ¿O acaso nosotros no provenimos de ancestros migrantes como los padres de él? ¿O me van a decir que los quechuas y los aimaras concibieron una nación unida? Porque peruano es todo aquel que nació en esta tierra llamada Perú y quiere lo mejor para ella.
Ayer en los mercados populistas me gritaban es un vende patria, aliado de los gringos y es gringo; a veces no entiendo ese nacionalismo sin fundamento e ignorante, basta con ver las propuestas y las capacidades de las personas para saber quién es el mejor, sobre todo de una persona que con su esfuerzo construyó lo que tiene, la fama y el dinero no le hacen falta.
Yo amo al Perú a pesar que tengo condición de arequipeño, el Perú es para los peruanos y ningún patriota de verdad quisiera que mientras los nuestros mueren de hambre (comida, educación, conocimientos, cultura, oportunidades) otros que no se llamen Perú estén saciados.
Por los que he nombrado (Mario, Javier, Lourdes) me dirán que soy un derechista y ciertamente en la política se habla de derecha o izquierda y últimamente está de moda ser centro. Bueno fuera una derecha y una izquierda como nuestros pies, pero sé de izquierdas y de derechas como caminos a seguir.
Vivo en un una ciudad que tiene tres volcanes Chachani (izquierda), Misti (centro) y Pichu Pichu (derecha) y sin duda me gusta más uno que los otros dos pero los tres juntos son maravillosos, hoy que vivimos en un mundo globalizado formemos parte de él.
En estos días me he dado cuenta que “el peor de los errores es votar por quien uno cree y esperar sentado a que tu voto profese a los demás” que con poner “me gusta” en facebook no hacemos casi nada, ciertamente las redes sociales ayudan pero en las calles no cambian nada, igual siguen sucias y desordenadas. Para cambiar tenemos que hacer un esfuerzo y el verdadero esfuerzo es el que incomoda, nuestro país no es como el internet, la globalización no llega a esos diez millones de personas en extrema pobreza y si queremos el gran cambio empecemos por ahí.
Muchos de nosotros trabajamos más del tiempo permitido, después del trabajo quizás estudiamos alguna carrera técnica para progresar en la vida, lo que sí tenemos es una familia y cuidar a los hijos no es fácil, terminamos el día cansados y a las justas nos da el tiempo para poder leer este post. Si tan solo le dedicaríamos una hora a la semana a predicar lo que creemos en las calles en vez de hacer un clic es posible que si exista un milagro en abril, ¡el cambio depende de ti!