El agotamiento del cuerpo es notable, hay un ligero sudor en la frente, no es por hacer algún desgaste físico, es el transpirar de la noche.
El agotamiento del cuerpo es notable, los bostezos son repetidos, la sensación de cerrar los ojos son inminentes, algo lo detiene a hacerlo, es el miedo de madrugada, la soledad estrellada, la angustia de no tenerla a su lado, el vacio del camastro, y otra vez el miedo de cerrar los ojos y soñar con ella, y al despertar no habrá nada, ella no estará.
El agotamiento del cuerpo por las noches anteriores, esas que han cumplido con la finalidad de distraerte, de no pensar, de no tenerla, de embriagarte, de conocer gente nueva y de perderte entre los besos y caricias de mujeres que no volverán.
El transpirar de la noche lo hace levantarse, caminar en la oscuridad, abrir el balcón y sentir la brisa marina observando a lo lejos lo negro del mar, lo negro de tu soledad. Te sientas en el borde de la cama, coges la cajetilla y enciendes un cigarrillo, aspiras y al exhalar dibujas su nombre con el humo que se va dispersando en la inmensidad, se va perdiendo como la perdiste a ella.
Vuelves a recostarte, buscas alguna posición, cierras los ojos pero no te dejas vencer, los vuelves abrir y miras la pared blanca al fondo de la habitación, y por alguna razón lo vacio de la pared te conduce a ella.
Te pierdes en el bar de la noche anterior, cuando escuchabas las voces de los otros hablando de política, empiezas a desentenderte del equilibrio mientras escuchas la risa de los demás, empiezas a pensar que no podrás controlarte, y ya empiezas a marcar su número, a querer escuchar su voz, a decirle que lo intenten de nuevo, que nada está perdido y cuando lo haces la contestadora te dice que dejes el mensaje.
¿Es por eso no? Que hoy deambulas por la habitación, consternado que haya acabo el día sin que ella marque tu número, es por eso que te vuelves a sentar en el camastro y vuelves a exhalar su nombre.
Ya quieres dormir, lo vuelves a intentar con los ojos cerrados y maldita la hora que la conociste, vuelves a mirar las estrellas, el aire frio detiene el transpirar de la noche, ¿y por qué esas gotas en tu rostro? Son las lágrimas que sentencian que la extrañas, que te hace falta, que la necesitas.
Destapas una cerveza, buscando que te adormezca, que te tumbe entre las sabanas y al fin el agotamiento sea placentero; sin embargo, vuelven los recuerdos, los veranos anteriores, el crepúsculo entre sus manos, el anochecer de sus cuerpos y el transpirar del amor.
¿Es por eso no? Que la soledad te carcome más que todos los días anteriores, no porque ya no la tengas, no porque la perdiste, no porque ya no volverá, no porque la habitación te encierre en los recuerdos que saben a ella; maldita la hora que marcaste y le dejaste ese mensaje, tus palabras no le han hecho ningún efecto, te ha respondido con el silencio, esa maldita inferencia que se ha cansado de ti.
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