He de marcharme otra vez,
sabiendo que al aterrizar en otra tierra, en otro invierno, en un clima sombrío
y nublado, recibiré una misiva tuya, sin mucho texto y puntualizando en el
“adiós”, sabiendo que yo soy el que despega pero… tú eres la que marca la distancia.
Nunca sabré por qué lo tienes que
hacer de la forma menos sutil, cobarde y simplificada que hay, un mensaje de
Whasttsapp. Nunca te gustaron las despedidas, sobre todo sí yo soy ese que se
va, pero por voluntad tuya; nunca pudiste mirarme a los ojos y decirme, Mario,
no te quiero. Y no porque no me quieras, sino porque te llenaba de rabia saber
que a ese chico que le decías que se vaya, era el chico que más te quería en la
faz de la tierra, y eso, sinceramente, era muy descabellado, no el hecho que te
quiera, el hecho que a pesar de eso, no quieras.
Ya me sabía ese final, sabía que
al bajar del avión no tardarías mucho en decirme, no mucho, casi nada, pero
suficiente para saber que era tu forma, otra vez, de decirme que me vaya, no
porque estuviera a mil kilómetros de distancia de ti, porque ya lo estaba, sino
porque ya no lo intentarías.
Sabiendo ello, no renuncié a mi
viaje, que bien pude perder el avión y disculparme, pero sabía que era el
destino, que solo en la distancia tendrías el valor de callarme solapadamente,
porque estabas segura que ya no iba a decirte nada, ¿qué podría decirte?, si la
idea no es cambiarte de opinión con argumentos, dramatismos, lagrimas o pena;
todo lo contrario, la idea es que decidas en libertad, sin pensar en mí, sabiendo
que lo que decidas es porque lo quieres, que te sientas libre y sin
remordimientos, y si al final resulta que te equivocaste, no sería novedad, todos
lo hacemos.
Para qué enseñarte mis lágrimas,
mi suplicio, mi sufrimiento, no tiene sentido. Para qué quejarme o reclamarte,
si las decadencias las forjamos nosotros y aunque el hierro te toque, la huella
me la quedo yo.
Por eso me fui, para aligerarte
tu contingencia, tus dudas, tu poca intención de seguir con lo casi nuestro.
Ya no tenía sentido decirte algo,
a veces me quedo con esa sensación de que faltó decirte algo, que he callado
algunas cosas, que no te lo he dicho todo, que tal vez si te doy una
explicación mejor, cambiarías de opinión, te retractarías, cambiarías este
final. Pero las cosas se dicen en el momento, nunca hay palabras exactas para
tiempos determinados, los tiempos son únicos y si no lo dije es porque no fue
su tiempo.
Buscar que te retractes, que lo
sigas intentando, que te des un tiempo más, no es más que una especie de
súplica, la añoranza de querer que te quedes, que no te vayas, que sigas ahí a
toda costa; y cuando suplicas algo es cuando en verdad ya no tiene sentido
seguir, la súplica no es más que el llanto de denigración de buscar
misericordia de la otra persona, pero haría mal buscar algo que por propia
voluntad no vas a dar, eso no es misericordioso.
No voy a dar discursos tontos de
decirte que espero que seas feliz, ni tampoco quisiera escuchar los tuyos, de
que merezco lo mejor, que soy el mejor y que curiosamente dejas ir al mejor, a
veces no entiendo a las personas, con esa forma de apaciguar su culpa y desear
lo mejor cuando te alejas de alguien, primero porque no debería existir culpa
alguna, deberías sentirte bien contigo mismo, porque la decisión la tomas por
ti, no por el otro; y segundo porque es estúpido decirle que quieres lo mejor
para él, porque la otra persona, a la que estas dejando de alguna manera, está
convencida que lo mejor para él o en mi caso, lo mejor para mí, eras tú.
Por suerte esta vez no lo has dicho,
porque a estas alturas no había mucho que decir, has sido concisa y te lo
agradezco; no has dicho esa estupidez de que encontraré a alguien mejor,
alguien que merezca, alguien mejor que tú, porque tú eres ese ser maligno que
irrazonablemente no debería querer. ¡Por favor! no hay seres malos, simplemente
hay decisiones y depende solamente de qué lado del charco estas, no todos los
tratados de paz apaciguan a las dos partes, no te sientas ese ogro, no tengas
remordimientos, eres una persona normal, que tomas decisiones para su vida, no
para la mía.
Ya pasamos por los por qué, por
las lágrimas, por los te extraño pero es mejor que no, ya pasamos por muchas
cosas; aún recuerdo mi viaje a Bogotá, el día que iba a partir, me escribiste y
me dijiste ¿no nos vamos a despedir?, viniste a despedirte, yo estaba muy
ilusionado con lo nuestro o mejor dicho, con lo casi nuestro; lo único que
odiaba de ese viaje era que no nos íbamos a ver por unos días, que te iba a
pensar todo el rato, me hubiera gustado que viajaras conmigo pero no se dio.
Esa fue la primera vez que sutilmente y a manera de Whasttsapp, a kilómetros de
distancia, me dijiste que no eras para mí, que aún no curabas las heridas de tu
ex, que querías un tiempo para ti, que no querías a nadie, esas cosas que uno
dice para tratar de salir de la situación, esa vez si fue distinto, esa noche
si pasé horrores en la soledad de mi habitación, lloré hasta decir basta y te
pregunté mil veces por qué, fue una pésima noche, de las peores, pero soy
consciente que si no hubiera pasado por eso, hoy no estaría tan tranquilo, a
veces uno tiene que pasar y desgastarse en lo mismo para entenderlo, no hay
consejo que valga si no lo vives, y nosotros ya habíamos trajinado en lo
vivido.
El bus del aeropuerto me ha
dejado en la esquina de un hotel en Miraflores, a medio recorrido del bus, me había
llegado tu misiva, la esperaba, por supuesto que sí, lo he tomado con calma, es
algo que se venía venir, el momento ideal para no afrontar las cosas cara a
cara y decírmelo de esta manera, lejana y cobarde.
He sacado el celular y he puesto
el Google Maps para que me indique exactamente qué tan lejos estoy de mi
destino, unas quince cuadras aproximadamente, he decidido caminar jalando mi
equipaje de rueditas, es bueno caminar en esta noche húmeda, aspirar un poco el
dolor del adiós, es cierto que me encuentro tranquilo, que ya no voy a decirte
nada más pero que de todas formas, duele, duele cada pasado que voy dando y así
vamos cerrando un ciclo, un tiempo, que ya acabó.