29 jun 2014

Días tristes


Hay días tristes, como el de hoy, que abro la puerta y desciendo las gradas, y en cada escalón que voy dejando viene otro más penoso pero pronto los voy dejando a todos y voy caminando en dirección al carro, saco la llave, presiono el contacto y no sé que me da que lo vuelvo a presionar para cerrarlo, hay días raros, que decides irte caminando.
Ya es invierno, no siento que el frío me arrope del todo, no traigo la cabeza en los sentidos, será por eso que no me sujeta del todo, pienso en otra cosa, tal vez en una persona, tal vez sea mujer. Observo que alguien me sobrepasa y en cuestión de segundos ya me va sacando unos metros considerables, parece de 40, vestido de terno, melena negra y espalda ancha, unas orejas sobresalientes , como de tacita de té. Alguien viene de frente con paso pausado, es mujer, señora de baja estatura, con el cabello corto, muy pegado a la nuca, con ese rostro de vertientes bien vividas, mirada baja que la levanta para verme y la quita sin que no hubiera visto nada, un transeúnte más.
Llego a la esquina, me detengo a ver los coches, no hay nada, voy cruzando y alguien parece rozarme, un muchacho apresurado que ni voltea y sigue su paso, yo voy tranquilo, sin tener hora de llegada pero debería apurarme un poquito más, en verdad ya se va haciendo tarde.
El mundo gira y todo con ello, este espacio que ocupo, esta calzada que piso, no le hago ninguna falta, si no vuelvo mañana por acá le dará igual, es como la muerte, que no detiene el mundo, por más que todos nos vayamos con ella, seguirá su marcha. La abuela se fue hace años, nos dejo un gran vacío y los buenos momentos, pero no es más que un recuerdo para los deudos, tal vez constante para los más cercanos casi imperceptible para los que alguna vez la conocieron, buena tipa la vieja.
Voy ingresando a la Av. Ejercito, ese lupanar concentrado de tortugas metálicas, que te inquieta con las bocinas de los más desesperados, con el humo descarado de los más desfogados, con el egoísmo truncado de los peruanos, voy primero, siempre primero. Me acerco a la carretilla de la esquina por un par de cigarros, joven ya no están 50, 80 céntimos valen, lo pago dubitativamente.
Se van cerrando las ultimas persianas en el ambiente, bienvenida la noche, voy pasando la Clínica Arequipa en dirección al puente Grau, me cruzo con Erika, amiga de la universidad, y un gesto de poner cara contenta y unas palabras amables que me salen al saludarla, todo bien, todo bien, sí, que bueno, porque no se puede decir que uno andan mal, tonta política de humanos.
Hay personas que vas dejando atrás, como Erika, que ya pasó y quien sabe cuando la vuelva a ver, pero hay otras personas que has dejado atrás: los amigos que viajaron y siguen viajando, las amigas que no son más tus amigas, las ex novias que ya no son más, las personas que un día murieron sin darse cuenta. El aire frívolo del puente me abraza y me viene las gotas del recuerdo, de todo un poco, como sirvieran de algo.
Voy dejando el puente, se acumulan un montón de personas para cruzar, ¡hay que meterse! Porque no hay carro que nos dé pase. Y te voy viendo, en dirección contraria, con el otro cumulo de gente al cruzar, me regalas una sonrisa, no sé si quedarme a media pista o seguir, no sé si volverme contigo ¿dime qué hago?
Me jalas de la chompa, ven que te pisan tonto, milagro que estas sin el carro, es bueno que camines; “llegando a casa justo pensaba llamarte” no sé si lo dices por cortesía o porque de verdad lo ibas hacer, siempre me entran las dudas contigo, me alegro, claro que me pone contento pero me hago el desinteresado. Hay días tristes, como el de hoy, que son tan de tristeza subjetiva, de esa que no perdura en el alma, que no daña el verdadero sentir del ser, hay días tristes, como el de hoy, que se me quitan con verte.




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