28 may 2013

Mi departamento (parte III)

“No ha llamado” fue desesperante al comienzo, ¿Qué se puede entender por más tarde? Mejor dicho “te llamo más tarde” he pasado toda la tarde sentado en el sillón de la sala sin poder concentrarme en algo, es calamitoso cuando la impaciencia te rodea, quieres hallar una salida a la tranquilidad, pero qué salida encuentro, si digo “ya va a llamar” “ya va a llamar” y ha llegado la noche, me ha inundado con la melancolía de la promesa incumplida y me ha dejado otra vez el sabor a engaño.
Bueno fuera que la tragedia termina ahí, en una llamada no realizada, pero la frase primera es aun más desconcertante “necesito de tu ayuda”, ¿de qué ayuda te refieres? ¿Qué necesitas? ¿En qué te puedo servir? Pareciera que quisieras ponerle un poco de drama a nuestro encuentro, incógnita que tengo que resolver tan solo controlando mis sentidos, la palabra es impaciencia, pero no impaciente por la llamada, no, por eso no es, impaciente por saber de ti.
No es acogedora la madrugada cuando una angustia reciclada no te deja ni pestañar el ojo, esos sentimientos que han vuelto a despertar de la basura iconoclasta que dejaste rezagada por falta de motivación, sí, han vuelto. Pero nunca tuviste tal situación, nunca un día como el que se te ocurrió marcar al número de Cecilia, una tía totalmente extraña a ti, si a penas la habías visto una vez en tu vida y no de la manera más cautivadora ni interesante ni ridícula que pudiera existir, sino de la manera más cotidiana, tratar de alquilarle un departamento.
Bobi ladra, mis oídos se van atenuando a ese ladrar, se incrementa más y más, ya no va siendo parte del sueño sino de mi despertar, el cansancio me consumió, haberme quedado dormido en el sillón no es raro, mas si me parece patético ver mi mano izquierda sujetando el móvil, Bobi ya me mira con esos ojitos de persiana, que nunca dejarán pasar la luz de colores, esa que a veces no me gustaría ver.
Dos de la tarde, el apetito parece no ser síntoma de mi cuerpo, ni siquiera me he suministrado un vaso de leche, ¡qué me pasa! He tratado de dar con alguna sincronización que vaya hilando un pensamiento que me deje en paz, es imposible, si todo parecía resuelto, una señora que me insinúa que la llame, me tardé demasiado en llamarla pero me estaba esperando, me cita en su casa, ni como para decir que aun lo dudaba y cuando todo parece un encuentro de próximos amantes, resulta que no está, pero me llama al rato para decirme que me tiene presente y que de alguna manera necesita de mí.
¿Por qué no llamas? ¿Y si voy a buscarte? No, no tiene sentido ir cual amante despechado pidiéndote una explicación, seguro no pudiste llamarme, o tal vez la urgente ayuda que necesitabas fue resuelta por alguien más, las mujeres tienden a insinuar tragedias porque quieren volver atrayente cualquier situación, un momento, en ningún instante dijiste que era “urgente” ¡qué me sucede! Tal vez se te hizo tarde para llamarme o tu marido se pasó la tarde contigo y no dio tiempo ni para un mensaje, tu hijo se enfermó cual niño en desarrollo o tocaron el intercomunicador para decirte que ya estaban abajo sin avisar.
Me veo revisando los periódicos locales de manera digital, no vaya ser que me encuentre tu nombre en policiales, inundaciones o matrimoniales; las cinco siempre me cae bien para salir a dar un paseo, calmado no estoy, pero digamos que he encontrado alguna forma de sobrellevar el asunto desestabilizador que ha llegado a mi vida, haber como doy los pasos siguientes, no vaya a ser que me vaya al vació, sí, otra vez.
El ambiente anda húmedo, no ha llovido el día de hoy pero se puede percibir que no tardará en caer; no he sacado a Bobi, a veces es demasiado inquieto y en la actitud de desgano que tengo más podría enfurecerme que a dejarme llevar por él, es un buen chico, no merece ninguna reprimenda por su ímpetu animal.
No he ido a la pensión, no debe ser novedad para la señora Juana, me ufano por pagar un precio módico pero interminables veces mi presencia no se ha contado en su mesa, he preferido la llamada de un delivery, comer en algún restaurante o rara vez como hoy, abstenerme a algún plato de comida. Hoy es entendible, al menos justificable, bueno es deprimente. La melancolía potente y desestabilizadora con la cual estoy enfrentando el simple hecho de una llamada no recibida ha generado una tristeza opaca y rara, tal vez estúpida.
Que hubiera sido si me llamaba y me decía que ya había solucionado su problema, que disculpe por no haber estado en la mañana en casa y que por estas semanas no podría verme porque andaba muy atareada, ¿hubiera estado tranquilo? Al menos hubiera sido reconfortante, sabría qué pensó en mí pero que no soy tan importante para ella en estos momentos, puedo esperar.
Creo que va más por el lado de la intriga; el poder intuir algunos actos o sobreentender lo que está pasando nunca puede ser un indicativo de satisfacción y eso precisamente me pasa a mí, ando arañando hipótesis que tal vez sean ciertas pero ninguna me da la certeza que lo sea, sobre todo si la intriga me deja un sabor negativo, que no suma a lo que quiero alcanzar, en este caso, que Cecilia se haya dado cuenta que estaba cometiendo un error y lo mejor es alejarse de mí antes que termine embarrando su vida, mejor no llamarlo y hacer de cuenta que no pasó nada.
He ingresado a una tiendita de la cuadra, preferiría un café a la botellita de agua que pienso comprar, pero para eso tendría que andar hasta la av. Ejército, entrar a Starbucks y pedirlo, no estoy para estar fatigándome de esa manera, al menos hoy no.
-          Que ricos están estos duraznos – dijo el abuelo.
Lo observo con ese rostro envejecido pero no maltrecho, ha envejecido bien. Tiene un sombrero de gamuza bien puesto, con el cintillo negro alrededor de la cabeza, le queda exacto. Tiene el rostro color blanco azabache, carga con la camisa a cuadros de manga corta, sus brazos son más azabache que blanco, introducida en el pantalón de tela color azul, bien amarrado con la correa más arriba de la cintura.
-          ¿A como está el kilo? – le pregunta.
-          ¿Y usted joven que va a llevar? – me dice.
-          Dame una botella San Luis.
Lo dejó de lado al abuelo para atenderme a mí, no es difícil concluir que el abuelo se toma varios minutos en la tiendita todos los días, que ya no lleva prisa por el tiempo, que ya se va acostumbrado a la pasividad de sus días.
La banca verde de madera con patas de metal, tan típica siempre, me acurruca sujetándome los glúteos en mi displicente descanso, las lamparitas del parque ya se van chispeando, ese color amarillo foco tan romántico, pero a la vez sacada de un misterio policial en plena noche de asesinatos, con el sujeto de sacón largo y sombrero encubierto esperando por ella.
La sombra va arrancado los pocos claros de luz que todavía deambulan por el ambiente, la noche va a caer y tal vez con ella otra trágica espera, donde los sonidos se agudizan en la pausa que da el conglomerado ruidoso de la ciudad. Empiezo el regreso a casa y empieza a vibrar el móvil.
-          Oe cretino ¿Qué haces? –me dice Lucho.
-          Nada
-          Qué buena vida carajo, tu nunca haces nada.
-          Imbécil.
-          Vamos por unos tragos en la noche.
-          Vamos.
-          Esa es la actitud.
Estoy indeciso, no sé si llamar a Lucho y decirle que ando desganado, que lo dejamos para otro día o hacer el esfuerzo de levantarme y darme una ducha bien caliente; necesito un abrazo y es lo más cercano que tengo, las gotas golpeando mi espalda con esa quemadura penetrante en la piel, sofocando mi temperatura, desestabilizando mis músculos, relajando mi alma.
Quedarme en casa, encerrado en estas paredes, tal vez encuentre una desconcentración en el televisor, me penetre a algún programa, alguna noticia, una serie o ponga a andar el DVD y sin embargo, vuelva a lo mismo, concentrado en Cecilia, dándome latigazos de pensamiento y redundando en lo mismo, ideas que se estrellan sin más.
Me hace falta salir y distraerme un rato, unas copas, una buena conversación, no están de más; tal vez le cuente a Lucho mi cuasi incursión de amante y se mate de la risa y empieza a joderme con su humor tan elocuente. Y vuelve el temor a mí, ese de años atrás, cuando tenía la inseguridad de salir una noche de fin de semana a juerguearme la vida, no por algún accidente que me pudiera ocurrir ni por una pelea con algún estridente borracho sino miedo a lo que encontrara esa noche, modificando el rutinario de mi vida. Fue así como conocí a Gabriela, y fue así como tarde años en reparar que mi vida no fue la misma, pero esa es otra historia.
-          Ando muy tensionado en la chamba –dijo Lucho- Tu sabes, tienes que estar arriando a los obreros, si no estás no avanzan nada y ya la obra la tenemos que entregar a fin de mes.
-          ¿Mario? ¡carajo Mario! Te estoy hablando hombre.
-          Sorry me perdí –le dije.
-          ¿En qué piensas?
-          Huevadas
-          Tú como siempre, pensando en huevos maricón.
Después de unas copas, a insistencia de Lucho terminamos yendo al Forum, una discoteca de la calle San Francisco, no andaba muy animando en ir pero ya estaba ahí, no me iba a costar ningún esfuerzo. Entablamos conversación con un par de chiquillas, nosotros ya estábamos en proceso de una madurez con arrugas, así que algo debió primar a nuestro favor para que ellas estuvieran tan complacidas con nosotros. Lucho era pícaro, directo y pendejo; él llevaba el ritmo de la conversación, yo tan solo asentía a sus comentarios, él ya había deslizado los ojos a la chica de crespa larga, así que a mí me quedaba la otra; siempre me fue difícil sobrellevar la palabra en ese tipo de ocasiones, ¿Qué le podría decir? ¿Cómo te llamas? ¿Qué estudias? ¿Dónde vives? Nada de eso sabía que la complacería y yo también sabía que no podría complacerla. 
En plena pista de baile, con el estruendo del baile de la banana y los bajos retumbantes, nos hallábamos en pleno cortejo, danzando como mejor nos parecía, al menos yo; Lucho se consideraba un macho experimentado y al frente tenía a su albatros  que debía conquistar. Fue entonces que se me ocurrió sacar el móvil, con disgusto de mi pareja, y notar que tenía dos llamadas pérdidas, y para mi suerte, en mis manos volvió a timbrar, era Cecilia.
-          Hola Mario, se me complico la situación, en media hora en el bar Zodíaco.
-          ¡Alooo! No te escucho nada –respondí gritando.
-          ¡Te necesito! En media hora en el Zodíaco.
No escuchaba absolutamente nada, el bullicio era ensordecedor, sentí que debía dejar a Jimena, mi pareja de baile, e ir afuera a contestar el teléfono. Pero dejarla colgada en plena pista de baile no se iba a ver muy bien y seguidamente su amiga de crespa larga le diría a Lucho que lo disculpara, que tenía que ir a los servicios.
No fue solamente eso, ahora me tocaba a mí, cobrar mi revancha, hacerla esperar; esa reciprocidad que tienen los seres humanos de contestar a los actos de uno con la misma vara con la cual fue tratado.
-          ¡Cecilia no te escucho nada!
-          ¡En media hora! ¡Zodíaco! ¡urgente!
-          ¡No te escucho! ¡mejor llámame mañana! –y colgué.

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