12 may 2015

Si yo salto, ¿tú saltas?

 
He deambulado ignoto en el lugar de mi estancia habitual, he prendido la TV haciendo un zapping brusco por todos los canales sin encontrar nada, lo he vuelto apagar y tras unos segundos de revolcarme en la cama buscando una posición adecuada que nunca va a llegar la he vuelto a prender, me he levantado resignado a que el sueño no va conmigo, dirigiéndome al escritorio a buscar el ordenador, lo prendo y reviso algunas páginas de noticias, busco algún artículo interesante que leer o por ultimo algún video gracioso en youtube, nada que me satisfaga, no me siento cómodo en mi propio departamento, quiero salir de aquí.

Es más de medianoche y en unas seis horas tendré que tomar una ducha, ponerme un terno y dirigirme a la fiscalía a revisar interminables expedientes… lo sensato es buscar el sueño, pero no me viene, ando intranquilo sin poder dejarme por un momento, más tenso me vuelvo cuando me enfoco en mí, como si mi ser se encontrara en un trampolín de 90 metros y la única manera de salir de ahí es lanzarme a la piscina que anda en reparación; no lo voy hacer pero tampoco quiero estar parado ahí viendo el vacío sin poder hacer absolutamente nada, viendo que el tiempo carcome mis músculos, que el cansancio disipa cualquier actitud marcial y que el sudor muestra la crisis de mi estructura, no quiero mantenerme en el trampolín, no aguanto más… pero no voy a saltar a menos que la pileta ya ande en funcionamiento y el agua me abrace en su inmensidad.

Me acerco a la estantería de libros, tal vez releer Travesuras de la niña mala sea una buena opción o distraerme con la caricaturesca Maus pero agarro Hombres sin mujeres de Murakami y me voy a la sala de estar, he avanzado el primer cuento y no puedo seguir con el segundo, voy repitiendo tres veces la misma página y no me queda nada, tal vez la traducción del japonés está mal hecha, pero no es eso, no puedo hilarme con la historia y no es el libro, para nada, es esta sensación de inconsciencia que no me deja tranquilo.

Cierro el libro de forma jarocha(brusca), un trato que nunca le doy a mis libros, lo extiendo en la mesita y me sujeto del sofá como si una avalancha pasara por mí en ese momento, he llorado por más de cinco minutos, sí, es por Cecilia y estas noches infernales sin su compañía.

Suena el despertador, el sueño me ha abrazado por poco más de una hora, después del llanto regresé al dormitorio y traté de enfocarme en alguna película hasta que las horas transcurrieron y el cansancio hizo su suplicio. Pero ya es mañana y tengo que cumplir con mis deberes aunque adeude horas de sueño a este cuerpo que no se la pasa nada bien estos días.

Antes de salir he revisado mi ordenador, algunas páginas web de noticias, mi correo y una miradita al Facebook y lo primero que veo es algunos mensajes al muro de María Paz de algunos amigos en común “todavía no puedo creerlo” “me acabo de enterar y me parece mentira” “tan solo te nos has adelantado, ahora un angelito cuidará de nosotros”, es lógico concluir que María Paz a fallecido por alguna causa accidental que nunca llegan a mencionar del todo; la conocí en una salida con unos amigos y de ahí mi comunicación fue casi nula, solo saludos cuando el destino se cruzaba entre nosotros, su muerte me ha tomado por sorpresa pero anímicamente no me ha afectado.

Pero es ahí donde mi ser se atañe, se constriñe por una reflexión global, la muerte llega sin más, un día pisamos el globo terráqueo y al siguiente abonamos su tierra, es tan impredecible la muerte, más aún, hoy en día que el cronómetro de la globalización no nos deja ponernos quietos y nos sumerge en mayores riesgos por la adicción contaminante de las personas, que podemos salir hoy de casa y no regresar nunca.

¿Es así como me iría? Con estas noches de lágrimas y rabietas de tristeza porque Cecilia decidió marcharse porque ya no me quería, porque encontró alguien mejor o simplemente porque las cosas terminan sin más y no lo quiero asimilar.

¿Me voy así? Con este sufrimiento que llevo en mi pecho, como si el corazón fuera el órgano encargado de encontrar una razón que no hace más que preguntar ¿por qué?, que mis últimas noches han sido una tertulia de sacrificio por seguir queriendo sonreír cuando ya no hay quien me vea hacerlo, que mis horas de insomnio han valido la pena para ver pasar los minutos con angustias desesperadas.

La muerte no mide que tan bien te encuentras o no para llevarte, viene sin más, como el buen ladronzuelo que entra a tu casa y recién a la mañana siguiente descubres que has sido víctima de un robo, porque sentimos ironía al morir cuando partimos sin saber.

Otra vez me veo en ese trampolín, ¿Cuánto más podrá aguantarme?, que yo me veo muy seguro viendo el vacío, pero tal vez, el vacío lo cargo conmigo y aunque tenga miedo de saltar y no saber que encontraré allá abajo, sea lo mejor.

¡Salta! y siente ese aire que corre por tu cuerpo, por tus poros oxigenados, ese fresco de libertad que te da la vida por ese rostro que ha vivido y que debe seguir haciéndolo hasta que llegue el final, libérate de las tristezas que son pasados, que nada bueno trae la indecisión de no querer estar en el trampolín pero tampoco de saltarlo porque cuando menos te lo esperes la muerte llegará y depende de ti haber dado un salto feliz.


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