6 ene 2011

¡Malditos sean!



Basado  en un hecho real y reciente.
No veía el sol bajo el cielo gris y él ya andaba por las húmedas calles, un tanto desoladas, un tanto dramáticas; eran las cinco de una mañana más, como todos sus despertares, él ya estaba en la puerta del diario la Crónica esperando un bultito de periódicos, sí, un vendedor de periódicos al paso, su caminar terminaba a las diez con algunos ejemplares sobrantes, esos soles eran suficientes para tener algo que comer durante el día, veinte añitos a cuestas y ya sentía un cansancio en su vida.

Llegaba a Lince con su bultito menos pesante, esas medias casonas que contemplaba en la Av. Petit Thouars en su triste caminar, lo vitalizaban, cuando su puño golpeaba la puerta del amor, veía salir a esa cholita de ojos azules que le recibía el periódico, esa vocecita que a las justas se dejaba escuchar, le susurraba un gracias, y se detenían en el tiempo, ella sabiendo que él la observaba, no era necesario las palabras, suficiente esas miradas a medias, las de él, porque ella deambulaba con la suya, en un infinito que jamás podríamos entender, la ceguera.

¡Clotilde que hace parada ahí! Vaya a entregarle el periódico al patrón – le decía su madre, la cocinera. Sesenta años habían pasado desde el día que él pidió su mano, el de la cholita de ojos azules, se la llevo a un cuartito de Breña y no la soltó nunca. Trabajó incansablemente para darle lo mejor, nunca superó a las comodidades que recibía en esa media casona, siendo ella hija de sirvienta; sesenta años habían pasado y ella aun se ruborizaba cuando recordaba la primera vez que palpo ese rostro del joven vendedor de periódicos, lo miró con las manos y se enamoró.

Gracias a un padrino ingresó a trabajar al periódico del Estado, un puesto miserable, paupérrimo diría yo, que sin embargo, lo ayudo a criar a sus cinco hijos, aunque ellos ya no se acordaran de sus pobres padres. ¿Les avergonzaba tener una madre invidente? ¿Un padre que trabajó en El Peruano sin saber leer?

Sesenta años de experiencias vividas y seguían viviendo en un cuartito alquilado, pero ahora del distrito de Independencia, estuvieron a punto de tener un terrenito para construir su ansiada casita, ahorros de varios años, pero llegó un gobierno que hizo valer el dinero cada vez menos, ¡maldita inflación!

Varios años ya del sueño frustrado y volvían a tener unos pequeños ahorros de su magra pensión, la de él, ¿Quién le hubiera dado un trabajo, a la cholita de ojos azules, con su condición de ciega?

Te observas de noche añorando el pasado, vendedor de periódicos, y te tocan a la puerta, representantes de la empresa de luz, pero señores si yo he pagado la luz, y sientes un repentino golpe en tu rostro desdentado, tu piel torna un color morado, una debilidad prominente de la vejez; te aferras a defender lo tuyo, es en vano luchar contra esas fuerzas malignas, no te das por vencido, te estrechan contra el lavado, ves salpicar sangre descolorada de tu frente, ¡maldita vejez!, años de esfuerzo y renuncia para regalarle la casita a tu querida cholita, no te das por vencido, ¡claro que no!, te incorporas con tu chorro de sangre a pelear por tus ahorros, uno de ellos te agarra del pescuezo, te tumba al suelo, tratas de sacártelo de encima, no puedes, vas desvaneciéndote y lo último que escuchas es esa vocecita susurrando auxilio.


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