2 oct 2012

Nuestra estación


Tú, apoyada sobre mi hombre, abrazándome por detrás, con la mirada en el mar de Mollendo; yo, con el rostro tranquilo, con los brazos sueltos, con la mirada en paz.

Pensativos ambos, perdiéndonos en el paisaje, en la estación de tren, en los rieles y en la añoranza de un pueblo que ya no es el mismo. Y pienso en ti y piensas en mí, en lo nuestro, en los meses, en lo vivido; porque hemos transcurrido varios días juntos y viéndonos así, queremos más.

El balcón, la madera, el lente fotográfico, Jorge, todo confluye para capturar ese momento, que al igual que el pueblo, nunca más será el mismo. Suena doloroso, pero los tiempos nunca vuelven a calzar igual ni nuestro sentir, en esos segundos, se repetirán.

No digo que ya acabe, que no hay más, que se terminó, porque cada vez que la veo, vuelve a mí ese recuerdo, la seguridad de tenerte detrás mío, con los brazos dándome amor, sintiendo de cerca tu cuerpo, impregnándome tu aroma y no lo quiero dejar.

Te observo estable, en mi hombro, donde siempre quiero que te apoyes, cuando tengas fatiga o te sientas feliz, como ese día, ese instante. Mi ser vigilante, la que me cuida las espaldas, la que me apoya con la mirada, la que se pierde conmigo en el mar.

Pero también hay el temor, el miedo, la perdida; mis ojos lo dicen, tengo la necesidad de ti, el aburrimiento de ti, la falta de ti y si un día ya no estás, esa fotografía se perderá con nosotros; por más que vuelva al archivo, busque imágenes y le dé clic a la fotografía, la sensación de verla no será la misma.

Y cuando vuelva al mismo paisaje, será una puñalada al corazón, porque las nostalgias de los pueblos existen, basta ver esas antiguas fotos en la estación de Mollendo y preguntarse ¿por qué no se quedó igual?, lo mismo que cuando veo la Arequipa de antaño, la de mis padres, la de mis abuelos y la tuya en ese momento, en ese lugar, esperando no ahogar nuestro amor.



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